viernes, 4 de julio de 2014

La Primera Hoja (Capitulo IV)

La normalidad estaba lejos de ser una realidad en la mansión Millen, los acontecimientos de la semana pasada habían cambiando la atmosfera de melancolía por lo de tensión. Todos parecían absorbidos por ella, exacto Luna, su clara indiferencia hacia la situación incomoda y el natural entusiasmo por el levantar del sol o por el florecimiento de las flores del jardín  eran un gran ejemplo, pero no cualquiera podía imitarla con tanta perfección como lo lograban hacer los niños de los sirvientes, quien la ayudaban a cuidar al pobre Dimas. Luna le había dicho que si les daban flores a los enfermos estos se curarían, y mientras más hermosas fuera mas rápido lo haría. Entusiasmados por semejante idea pasaban las mañanas flores más hermosas del campo cercano a los alrededores de la mansión para regalárselas; ya que estaba prohibido arrancar las flores de los jardines personales de la familia Millen, estas eren siempre las más hermosas. Agradecido por los cuidados, Dimas le prometía jugar con ellos, lo hacia a pesar que estaba lastimado.

-Señorita, con la que mas estoy agradecido es con usted ¿Cómo le lograre pagar tan valioso favor?- Le decía Dimas a Luna mientras le hacia compañía por las tardes.

-Con que se mejore me bastará.

-Pero se ha enfrentado al demonio pálido ese.

-Le he recordado que él no esta en posición para ser semejante atrocidad contigo, nada más. Debes estar agradecido es con el señor Joel, el fue quien me dijo de tu situación. Yo solo no podía permitirlo.

La admiración Dimas por la joven de extraño y brillantes ojos verdes floreció desde que la vio, pero  ahora era mucho más fuerte. Solo había algo que él tenía su reserva y era la procedencia de Luna. Una persona que no se sabe de donde viene, nunca podrás estar segura a donde quiere llegar se decía a si mismo.

-¿De donde vienes, señorita?

-De un lugar diferente a este.

-¿A que te refieres?

Luna rio por lo bajo, y con una mirada dulce le respondió:

-No hay necesidad de explicar lo que por si solo se explicara, solo tienes que esperar.

Siempre era la respuesta, y el suspiraba; no lo entendía pero no seguía insistiendo, solo le quedaba esperar como se lo sugería. Una hermosa rosa siempre prestaba atención de todo esto desde el balcón, con envidia de la joven que atendía al ayudante de jardinero, una y otra vez retorcía su abanico de satín rosado, no solo la envidiaba quería que desapareciera, su odio crecía con rapidez cada vez que la veía limpiar las heridas de Dimas.

-No esta cansada de solo observar por la ventana, si de verdad quiere salir solo debe hacerlo. Hace un día precioso- Dijo una de sus sirvientas.

-No te he dado permiso para dirigirte a mí con tanta confianza, Suni

-Lo siento señorita.

Amber no quería que se dieran cuenta de su rabieta, pero era inevitable, de sus poros se podía percibir como emanaba la inquietud y la rabia. Cuando supo que al ayudante de Joel lo estaban castigando corrió hacia su madre para que lo detuviera, esta se negó al principio pero al ver a su querida hija decidida mando a llamar a Pihert. El mayordomo se veía más pálido de lo normal pero no parecía sorprendido que lo llamaran

-¿Sabes por que te he llamado, Pihert?

-Creo saber la razón, mi señora.

-Quiero que suspendas el castigo al nuevo ayudante de Joel, ya tubo suficiente. Además tengo entendido que es su primera infracción.

-Mi señora, el jardinero ya se lo ha llevado junto con la cocinera.

-Así que ya le has aplicado el castigo.

La señora Miller miro de reojo a su hija ¿Ves? Ya todo esta resuelto fue lo que Amber entendió, suspiro de alivio. Pihert enrojeció al recordar la humillación que recibió, cuando Luna entro en el ático y lo obligo a liberar a Dimas, él sabia que no se podía saber semejante situación pero quería devolverle el golpe de algún modo. Al ver que la señora Millen lo iba a dejar pasar por alto decidió echarle la culpa a Luna, tal vez así seria castigada de algún modo.

-Mi señora, el castigo no había terminado, la joven Luna me ordeno libéralo, yo le pregunte que con que autoridad lo hacia y me respondió que con la autoridad del Conde. Obviamente no le creí pero dijo que usted ya lo sabía y aprobaba su comportamiento. No tuve más remedio que dejarlo ir. Solo quería darle un consejo mi señora, no le debería dar tanta confianza a una desconocida, por mas querida que sea del Conde.
Los rostros de ambas mujeres se coloro con cada palabra. Inmediatamente la señora Millen manda a llamar a Luna, con grandes reproches fue recibida en el despacho, con su calma habitual escucho atentamente cada queja tanto de parte de Amber como del mayordomo. La señora Millen solo la podía ver con desde y frialdad; la joven la veía con atención hasta que todo lo que se tenia que decir se dijo.

-¿Ya acabaron de enunciar mis múltiples faltas según la ley moral de ustedes? Bien. Solo queda decir que no me arrepiento de lo que he hecho, y si los he ofendido de algún modo con mi madera de pensar y actuar, no puedo hacer otra cosa por rezar por nuestra convivencia, ya que en ningún momento he querido ofender a nadie, solo corregir lo que moralmente esta mal. Nunca he dicho que tengo la protección del Conde, así que eso debe quedar excluido de mi lista de delitos, y debe ser agregada en cambio el de la intolerancia a la injusticia. Se que estas palabras las utilizaran para sacarme de la mansión. No esperaría menos. Pero debo advertirles que lo hagan no podrán mantener su mundo de tiranía en la mansión mientras el Conde viva.

Volvió a retorcer el abanico rosa. Su madre le había dejado una advertencia y le había hecho la vida difícil a Luna desde entonces pero no parecía afectada por ello. Ya no quería pensar en eso, bajo a la sala con su madre para distraerse. Las ojos esmeralda pudieron ver como la rosa abandonaba el balcón, lo cual le dio la oportunidad de sacar una conversación que dicha rosa no podía escuchar.

-¿Te gusta la señorita Amber, Dimas?
Las mejillas del joven  se enrojecieron, un brillo surco en sus pupilas y una tímida sonrisa se materializo en su rostro.

-¿Tan obvio soy?

-Lo suficiente para hacer que te castiguen por eso.

-No quiero causarle problemas a la señorita ¿Sabes? Solo no puedo evitar verla.

-Lo se, es difícil dejar de admirar a una rosa, a pesar de que sabes que no las debes arrancar de su rosal ¿Aun así te quieres arriesgar? Ambos saldrán lastimados.

-¿Tu también crees que ella y yo no podríamos ser nada mas que un jardinero y su ama?

-Es mas complicado que eso.- Sonrió para aliviar la tensión que cargaba el ambiente.- La rosa fuera de su rosal nunca duro mucho, y quien la arranca podría cortarse y terminar sin nada.

-No lo creo.- Su voz se endureció.- gracias por cuidarme y todo, pero no se debería meter en esto, con el debido respecto, señorita Luna.

-Usted quiere saber como sabe la tierra, entonces la probara en bandeja de plata.

Luna se retiro, dejando a Dimas molesto, y murmurando algo como que ya vería lo que el amor puede hacer. Ella no volteo pero le respondió al viento.


-Nadie mejor que yo puede saber el poder que tiene el amor. Pero tu solo eres un iluso por seguir semejante ilusión. Pero nadie aprende en cabeza ajena, el que lo hace es sabio entre los asnos y es llamado loco. Mi tiempo aquí se ha hecho mas largo por ti.- Un suspiro se escapo de sus labios.- Ya era lo suficientemente difícil la idea de irme lejos de este mundo.



Capitulo III                                       Capitulo V

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