El sol comenzó asomarse por las cumbres de las montañas que rodeaban al reino Helado, la brillante escarcha acumulada en la cúpula de los pinos embellecían con la sutil blancura, como adornos de perlas que decoraban las ramas. Sure veía desde su ventana como poco a poco la escarcha caía al suelo, el sol la derretía siempre que salía de detrás de las montañas nevadas, a pesar de que por la noche se volvían acumular de nuevo. El frió aire la obligo a cubrirse los hombros con la delicada prenda, muy masculina para ser de ella. La noche le había parecido corta y calurosa, los labios sediento bebieron el dulce néctar de la pasión, mientras que las ansiosas manos recorrieron las viriles cumbres y valles firmes… tan intensa noche fue, que pensó que era solo un sueño del cual despertó muy pronto; todo le era exactamente familiar en aquella habitación.
Un travieso beso se acomodo en su hombro, mientras le apartaba los cabellos blancos. Su piel fría volvió a tomar la temperatura de la noche, cálida y dulce. La rodeo con los robustos brazos por la cintura y apretando su pecho a la espalda de ella le susurro al oído.
-Buenos días, mylady.
No había sido un sueño; aquel magnifico ser de ojos escarlatas la había hecho sentir como nunca. Ambos de sangre y piel frías emitían una cálida sensación que terminaba recorriendo todo el cuerpo de piedra ¿Cómo enemigos declarados a muerte terminaron en una noche cálida? ¿Es que acaso se olvidaron que por las calles del reino Helado habían derramado la sangre de los compatriotas del otro? El sueño de Sure no podía ser mas que un espejismo, una trampa de la sanguijuela mayor; era mas que evidente esto y aun así lo permitió. Un pequeño pájaro azul yacía en un montículo de nieve, el fresco liquido rojo teñía la blancura de su alrededor; no tendría mas que un par de horas muerto, a causa seguramente de algún veneno. Sure se quedo mirando fijamente el cadáver del animal, nunca habría podido ayudarlo pensó. Como todo en el reino Helado (y en el mundo, claro esta) tenia su tiempo, y la muerte era el destino compartido por todo ser vivo. Pero la alegría, el placer y la tristeza eran opcionales. La nieve de un pino cercano callo sobre el animal, sepultándolo por completo, y borrando la evidencia que delataba su sueño eterno. La Reina se encogió de hombros.
-¿Qué sucede?- Pregunto el Conde.
-Lo mismo me pregunto- Respondió fríamente Sure.
Los ojos celestes se encontraron con los escarlata, su brillo era un deleite a pesar de lo amenazador de su color. El tiempo podría quitar el exótico color pero jamás podría ni siquiera disminuir la expresión de su dueño. Sus labios rojos eran una fina línea que al separarse dejaban ver las preciosas perlas blanca que eran sus dientes. Su esbelta mano roso suavemente el rostro de él. Aun no entendía porque que sucedió lo de anoche, solo es otra cara bonita. Se aparto de él y se dirigió a su cama; la única prenda que la cubría la arrojada a los pies del Conde, quedado expuesta su marfilada piel blanca.
-Ya puedes marcharte. Es mejor que no estés aquí cuando lleguen mis sirvientes.
-¿Me estas echando?- Pregunto divertido el Conde.
-Recuerda que eres el invasor de mis tierras, un asesino. No estas precisamente en el mejor lugar para descansar cuando ambos estamos en términos de guerra; no puedo asegurarte que yo misma pueda perder una oportunidad como esta, de arrancarte la cabeza y así restablecer la paz en mi reino- Declaro.
-Así que las cosas son así- Dijo tratando de ocultar lo molesto que estaba- solo querías alguien para pasar la noche, un “por ahora” tal cual como cuando te embriagaste ¿O me equivoco?
-En primer lugar: No te he dado permiso de hablarme tan descaradamente, sanguijuela- Tomo furiosamente la bata de seda verde que se encontraba en uno de sus bancos, poniéndosela sin ni siquiera mirar la reacción de él- y en segundo: En ambas ocasiones has venido con el fin de acabar con mi vida, deberías estar agradecido de que no te he decapitado aun.
-Eso, querida dama, quiere decir que soy peligroso y tu golosa. Por lo tanto…
El sonido del impacto resonó como un eco en la gran habitación, seguido de un silencio mordaz que envolvió las dos figuras estáticas, inertes por los sentimientos que emergían rápidamente de su interior; ya el cálido sentimiento de comodidad fue suplantado por el instinto de asesinato de dos enemigos. La escarlata de sus ojos centello ansiando sangre; trago, pues, grueso el Conde ante semejante humillación. Las espadas estaban lejos de ser alcanzadas por sus respectivos dueños, aunque no iban a poder ser útil para ninguno ya que mas que uno cólera de enemistad, era mas bien una riña de amantes. Ninguno lo admitiría, esa era la absoluta verdad. La mejilla del Conde comenzó a colorarse debido al impacto.
-¿Acaso un caballero habla así de una dama respetable? Qué manera tan atroz tienes para dirigirte ante mí. Tu…
-Tienes razón, mylady- Se disculpo con una sonrisa suspicaz- No he debido habla de modo tan a la ligera. Te ruego me disculpes.
Sure no cambio de posición, era algo inaceptable para ella lo que Damion había dicho, y con una disculpa no lo dejaría pasar; se contuvo de seguir la discusión a pesar de que ya se había imaginando dándole tres golpes en cabeza, y quería materializarlo. Pero Damion pensaba un tanto diferente: Sabía que corría peligro ahí; porque fueron los vampiros quienes invadieron e iniciaron la guerra por el reino Helado; ella tenia motivos de sobra para querer su cabeza desprendida de su cuerpo; solo estaba vivo por el deseo carnal de ella, deseo que al parecer reprimía con autocontrol. No podía hacerla enojar, no antes de poder conseguir su objetivo de poseer esas tierras; su desventajas eran muchas, debía jugar bien sus cartas para logras que lo único que lo favorecía le abriera paso. Se inclino con elegancia y sin mirar los fríos ojos celestes que intentaban atravesarlo, dijo:
-Le ruego, Reina mi, que disculpe las palabras insensatas de este idiota. Fue por mi deseo de quedarme mas tiempo a su lado que me molesto sus palabras, que solo pretendían protegerme. He pecado contra el cielo al haber dejado llevarme por sentimientos tan negativos.
Tomo su mano y la beso suavemente, una señal de respeto. No lo podía perdonar, después de todo era su enemigo ¿Pero por que si sabia esto no lo había ejecutado aun? La gran puerta de madera sonó, una sirvienta llamaba para poder entrar a ayudar a Sure a vestirse, sin espera a que esta contestara entro canturreando. Damion se levanto rápidamente y se escondió atrás de las cortinas de terciopelo rojo de la ventana, mientras Sure recogía las cosas del Conde y las lanzaba debajo de la cama; la sirvienta comentaba alegremente que la tensión el castillo ya no estaba y se regocijaba del magnifico día lleno de sol. Así los vampiros no saldrán de sus cuevas atacar a los ciudadanos decía mientras buscaba las prendas que se pondría la Reina. Al traerlas Sure dijo que esas no eran favorables para ese día, así que le dijo que fuera a la habitación conjunta por unas menos abrigadoras, lo cual le daría tiempo el Conde de escapar. La sirvienta obediente salió de la habitación; Damion asomo su rostro por los pliegues de las cortinas cuando Sure le pasaba sus cosa amontonadas en su abrigo, la espada casi caía al suelo, pero un rápido movimiento del pies del Conde lo devolvió a su mano, impresionada Sure reflexiono sobre ese reflejo pero luego lo dejo pasar al escuchar que regresaba la sirvienta. Abrió rápidamente la ventana, ya el sol estaba descubierto por completo y quemo el antebrazo del Conde, este se retiro hacia la sombra frunciendo el ceño; sin más remedio Sure tomo su bata de seda y la coloco sobre la cabeza él.
-Apresúrate- Dijo la Reina.
Damion sin pensarlo implantó un beso en su frente y salto por la ventana. Ya sus preguntas y dudas estaban aclaradas, el porque sus encuentro habían pasado de violencia a pasión; fueron a causa del rose de sus labios; seres de piel fría que no se conmovían con el mas intenso contacto físico, ni con la mas suave caricia, pero lograban sentirse humanos con su cercanía. El fresco aliento era más que suficiente para suplantar las caricias más tiernas de un amante, mientras que la fina boca podía extasiarla con su preciso movimiento al hablar y al recorrer su piel. Vio como la figura del Conde descendía ágilmente por las cúpulas de las torre, cayendo como un gato; ningún paso en falso ni evidencia de vacilación. Desapareció entre los arboles: ya no tenia que preocuparse por el sol, podía llegar a su refugio sin más problemas que el frió de la mañana. Una mueca contorsionó el rostro de Sure al perderle de vista; la sirvienta que acababa de entrar se sorprendió al verla en la ventana.
-¿Pasa algo Majestad?
-Nada, solo veía como un gato saltaba del tejado.
Una sonrisa tímida, tal vez, fue lo que pudo explicar la mueca. Aun que la sirvienta no vio como los ojos celestes brillaban con el sol que se levantaba; el único espectador se escondía entre las sombras de los arboles; viendo a la hermosa joven de cabellos blanco en su ventana. Sonrió al sentirse satisfecho por su actuación, y ver los resultados en el rostro de la Reina, era aun mas reconfortante.
-No creas que me quedare de brazos cruzados con esta. Los primero planes fracasaron, mylady. Emboscarte fue una tontería, tratar de envenenarte un desperdicio, pero jamás pensaría que conseguir tu corazón seria tan entretenido, y por lo visto la manera mas fácil de lograr mi objetivo, aunque primero deberé domesticarte- El Conde beso el pulpejo de sus dedos y luego soplo en ellos en dirección a la ventana donde había estado la Reina.- te prometo que lo disfrutaras, mientras dure, Reina Sure.