jueves, 30 de abril de 2020

Amigos bajo la Luna y sobre el rosal

Era ya avanzada la noche y Tate se encontraba descanso afuera de la mansión, esperando a su amiga del otro mundo que lo había llamado en plena crisis de llanto. La noche en el sistema Aurora estaba fresca, y la suave brisa jugaba con los rubios rizos desordenados de Tate. De pronto pudo sentir su esencia. Calidez.

 

Cuando ella apareció, Tate la tomó de la mano.

 

-          Hey, estoy aquí — dijo él. Le sonrió.

 

Apenas sintió la mano de su amigo las lágrimas rodaron por sus mejillas. La ansiedad la estaba consumiendo. Y ella no podía hablar sobre ellos. No sabía cómo, por lo cual los riachuelos de escarcha que escapaban apresuradamente de sus ojos era su modo de expresar lo que sentía. Exteriorizarse.

 

El suave viento removía las melenas de ambos. Las de él eran hilos dorados en ondas casi rizadas. Las de ella eran largos y ondulados cabellos, unos oscuros, otros chocolate, otro cobre y los que más brillaban eran los de oro. La luna estaba en el cielo, plateada y enorme.

 

Cruzaron la calle y abrieron el portón grande. Había algunos nenes jugando en los columpios, un par de niñas sentadas en un banquillo escuchando música.

 

Luke estaba columpiando a Luz, en fin, un adulto los cuidaba. Él sonrió y saludo a Luisa con la mano, desde lejos.

 

-          ¿Y bien? ¿Te gustaría quedarte o que te lleve a algún lado en especial? — le pregunto Tate con una sonrisa.

 

-          ¿Podemos explorar?.- trató que sus labios no temblaran tanto, pero le fue imposible.

 

Tate le sonrió con calma y asintió.

 

-          Claro que si... Ven conmigo - la tomó de la mano con suavidad y ambos comenzaron a caminar.- Te llevaré a un lugar especial para mí - dijo él.

 

La hizo cerrar los ojos. Ella obediente lo hizo. Una brea negra comenzó a salir en forma de humo; los envolvió a los dos y aparecieron en un campo de rosas rojas y brillantes.

 

“Antes habían sido lavandas” pensó Tate con tristeza.

 

Pero el ciclo se cerró.

 

Había a unos metros un espantapájaros. Los rosales se extendían millas y millas. El viento los removía.

 

-          Aquí le gusta venir a bebé Tate cuando se siente mal. — se rió. Comenzó a caminar con ella.

 

La joven se pegó más de lo que acostumbraría a su amigo. Las lágrimas dulces aún salían de sus ojos como hermosos riachuelos de escarcha. Al escuchar la mención de Tate bebé pudo soltar un suspiro de dolor retenido.

 

Camino viendo cómo la luz resaltaba el rojo de la flores y oscurecía sus tallos. Recordó cuanto a Tate le gustaba El Principito y que significaba esas rosas en el cuento.

 

-          ¿Son amores perdidos?.- pregunto en automático Luisa.

 

Tate le sonrió y negó.

 

-          ...No.

 

Se quedó unos segundos meditando viendo los rosales.

 

-          Es el amor jamás concebido - expresó.

 

Siguieron caminando unos momentos. Los rosales no tenían espinas. Los pies descalzos de Tate no corrían riesgo de ser cortados, mientras que Luisa poco sentía los suave pélalos rozar su piel.

 

-          El amor jamás recibido - explico Tate sin mirar a su amiga - se convierte en amor propio. Y por eso hay rosas. Muchas. Porque bebé Tate se ama mucho.

 

Ese comentario la hizo casi sonreír; pero las lágrimas se lo impedían. Trago varias veces saliva antes de poder hablar sin que se le quebrara la voz.

 

-          ¿Me cuentas algo bonito que te haya pasado a ti?

 

Detestaba tener que depender de su amigo... pero no sabía que más hacer. Se sentía que la presión en el pecho la iba a quebrar desde adentro.

 

Tate suspiró.

 

-          Bueno una vez... En primaria yo hice un dibujo de unas frutas. A la maestra le gustó tanto que me hizo pegarlo en el salón. Cuando estaba más pequeñito, nos ponían en el jardín de niños a bailar y cantar canciones que a mí me gustaban mucho, mucho. Siempre me gustó ser el primero en la clase. Me gustaban mucho las matemáticas. Las demás ciencias no tanto, pero las matemáticas me apasionaban. La astronomía, astrofísica. Luego, una vez hice yo una exposición sobre las estrellas gigantes rojas. En la secundaria, era de los pocos días en los que yo salía, poco a poco deje de salir pero esa vez mi maestro me dijo que había expuesto muy bien y me regaló un punto y yo estaba muy contento — le conto emocionado. Aunque eran cosas tontas, eran para él importante.

 

La joven mientras trataba de concentrase en la voz de su amigo se repetía una y otra vez “es hermoso” sin saber a qué se refería, tal vez a las rosas que resplandecían en plena noche, tal vez a que su chico dorado estaba allí, tal vez, solo tal vez a que por primera vez podía llorar sin que alguien tuviera miedo de que se suicidara... Trato de centrarse en los colores que veía al escuchar el cuento de Tate. Estrellas amarillas y rojas, papeles infantiles llenos de colores divertidos, pequeños tiernos y revoltoso, el pequeño cuerpo de Tate siendo niño, podía respirar con menos presión... y solo él hecho de enfocarse en las palabras de su amigo evitaba que ella se clavara las uñas en su propia carne. “No puedes hacerte daño. No” se susurraba internamente tratado de luchar con sus emociones desconocidas.

 

El rubio parpadeo y siguió pensando mientras caminaban.

 

-          Una vez, atrás de mi cuaderno ya escribí un cuento llamado “la luna y el gorrión”. Yo tenía 8 cuando lo escribí. Aunque después paso el tiempo y la hojita que estaba atrás de ese cuaderno, la arranque.- Soltó un suspiro. - ¿Sabes cuáles son mis flores preferidas? No son solo las rosas, también las lilys. Y su aroma me trae mucha calma. Son muy bonitas. Tenemos en casita...- Se quedó unos momentos pensando —... Una vez participe en una obra de teatro. Yo quería a fuerzas ser la vaquita...

 

Ella se lambió los labios secos y soltó un doloroso suspiro antes de esconder su cabeza en el pecho de Tate. No quería seguir llorando, ya estaba muy mareada. Pero saber que estaba allí el chico dorado no la hacía volverse loca.

 

-          Me encanta imaginarte pequeño.- susurró entre lágrimas.- siento que fuiste feliz a pesar de todo.

 

Respiro profundamente el aroma de Tate. Y se concentró en el ritmo de ambos pechos. Suben y bajan. Una y otra vez. Tate le acaricio con suavidad la espalda, correspondiendo su abrazo.

 

-          Cualquier niño es feliz si tiene un motivo para sonreír... ¿Sabes lo que a mí me hacía muy muy muuuuy feliz de niño? —le pregunto.- Cuando llegaba de la escuela e iba a casa de mis abuelitos. Uy, no te imaginas lo feliz que era. Yo saltaba de la emoción cuando veía a mi abuelito. Le decía "Papá Tito" y a mí abuelita "mamá Tita". Él me consentía mucho. Jugaba conmigo a qué yo le hacía peinados y como tenía bien poquito pelo, él se reía de las mini coletitas que le hacía en el cabello. Después empezaban las caricaturas. Y ambos las veíamos juntos.

 

Ella trato de imaginarse cada palabra de Tate: un pequeño niño rubio, un par de ancianos con dulces sonrisas y ojos tiernos, chocolates que le daban al niño por lo dulce que era, Tate de peluquero... esta la hizo reír porque pensó que Tate no era bueno en esas cosas y haría un desastre. Sonrió un poco más al imaginarse un niño dorado sentado frente a un televisor, hipnotizado con la boca abierta.

 

Tate le dió un beso en la cabeza a Luisa. Al sentir los labios del rubio en su cabello las lágrimas de ella se secaron y los ojos se agrandaron.

 

-          ¿Quieres bailar? ¿No quiere bailar Luisa con su chico dorado? - le dijo aunque sabía que no tendría ganas.

 

Quedó aturdida al escuchar lo del baile. Se imagino los dos bailando a la luz de la luna, un hada azul y un príncipe de oro.

 

Tate empezó a mover despacio, de un lado a otro. Ella cerró los ojos y se dejó llevar. Se imagino que los acompañaban una suave melodía cantada por las ninfas del bosques.

 

-          Yo bailaba así con mi papá tito. Recuerdo que un día muy muy triste, cuando llegue de la escuela, él me cargo y me dió vueltas; se rió y dijo que yo era una súper heroína por haber salvado a los gatitos que estaban solitos allí cerca de unos árboles. Parecían perdidos. Y aunque la directora me regaño, pude llevarlos a casa y se quedaron ahí. Uno se llamaba Manchitas, el otro se llamaba Mino.

 

Tate río suavemente al recordar a los mininos.

 

Esta vez si que de verdad sonrió al imaginar al abuelo Tito y bebé Tate bailando. Y a unos gatitos como los que tenían ahora en el mundo externo.

 

Dos lagrimas más rodaron por las mejillas de ella. Solo esas fueron las que salieron para cerrar broche de escarchar en el rostro de la chica.

 

-          Bailas muy bien Tate.- susurró ya más calmada.- de verdad eres un príncipe de oro...

 

Tate se rió.

 

-          ¿Sabes cómo me decía papá tito? La princesita de oro.   

 

Ambos sonrieron por lo irónico y gracioso que sonaba. Todos los que querían a Tate le decían “oro”.

 

El viento resoplaba suave, hilos oro y chocolate bailaban en ambas cabelleras, Se dejaron mecer por los rítmicos movimientos de sus cuerpos. Eran sus brazos, las de su amigo, esa cuna infantil que siempre se anhelaba.

 

-          Una vez llovía mucho. Así como hoy que llovió muchísimo.- le contó.- Y me salí corriendo porque quería bañarme en la lluvia. Y mi papá Real. Me cargo y sentía como si volara.- Sonrió al recordar la lluvia en su cara - Los truenos eran enormes. ¡Había rayos! Pero no nos dió miedo. La lluvia caía como si los angelitos lloraran, eso nos decía papá tito. Y que cuando lloraran ellos, uno tenía que sonreír para que ellos también sonrieran - dijo y negó sonriendo.

 

Escucho más fácilmente las palabras de Tate. Recordó diverida la foto del granizo rompe-cabezas, el pequeño Tate sin ropa corriendo por la casa en dirección de la puerta con los mayores pisándoles los talones. Luego un pequeño Tate extendiendo sus extremidades infantiles planeando en el aire con ayuda de unos fuertes brazos. Gotas de lluvia en las tiernas mejillas de Tate... esto hizo que dos lagrimas más salieran de los ojos de Luisa; pero esta vez no eran descontroladas. Imagino cómo el cielo oscuro se iluminaba por los truenos, haciendo resaltar más el pequeño cuerpo de Tate suspendido en el aire, la dulce sonrisa de niño mirando al cielo imaginando pequeños querubines recostados en las nubes llorando al mirar la tierra de los humanos.

 

Luisa cerró de nuevo los ojos. Pero no para calmarse esta vez. Quería disfrutar del baile nocturno, el rubio le acaricio con suavidad su larga melena. Le hacía sentir bien que ella ya se sintiera bien porque la adoraba muchísimo.

 

Pero un pensamiento azoto de nuevo la mente de la joven. Uno que la golpeó duro y frío. Pensó que todo esto se lo estaba inventando como cuando niña, que nada de lo que veía era real, que su imaginación le estaba jugando sucio de nuevo. Que el Sistema Aurora (que si sabía que era real) se aburriría de ella y la dejaría. Volvió a sentir miedo y las lágrimas volvieron a salir con la misma prisa que al principio. La escarcha mancho todo su rostro y la camisa blanca del rubio.

 

-          No me dejes Tate... - susurró entre lágrimas. Ese pensamiento la perturbó de nuevo.

 

Tate la abrazó un poco más.

 

-          Oh, claro que no. Nunca te dejare. Ya te jodistes conmigo. Eh - soltó una risa suave.

 

A pesar de que seguía llorando el “ya te jodiste conmigo” la hizo reír, ella se lo había dicho en un arranque de ira. Y ahora él lo repetía tan dulcemente como palabras de consuelo. Tate siguió bailando suavemente con ella.

 

-          Nunca me iré. Yo soy real, y estoy contigo. Aquí estoy - le sonrió.

 

-          Lo sé... sé que eres real. Si no lo fueras ya estuviera loca yo hoy...

 

-          ¿Sabes qué más hacia cuando estaba chiquito? Uff era retravieso. Una vez le dije a mamá "¡mami, la lavadora echa humo!" Y no era verdad. Pero que crees, pues un día que sí echo humo! - se rió un poco más.

 

Se rio llorando, ya Tate estaba haciendo de las suyas. No podía ser serio por mucho tiempo sin hacerla reír y que ella lo quisiera golpear.

 

-          Fui y le dije "¡mamá! ¡La lavadora echa humo!” Mamá me dijo "ya no caeré en tus bromas" y se rió. Yo seguía insistiendo "¡mamá! De verdaaaaad" y después ella olió el humo y grito “¡llamen a los bomberos!" y solo fue que la lavadora se atasco.

 

Ya no podía evitar mas que las imágenes se formaran en su cabeza mientras él hablaba: una lavadora soltando un humo gris mientras, que Tate ponía su mejor expresión de asombro infantil a su madre. Le recordó el cuento de Pedro y el lobo, que por mentiroso ya no creían que el lobo se estaba comiendo el rebaño.

 

Suavemente lo empujó sin soltarse del abrazo. Era su manera de pegarle en esos momentos por hacerla reír.

 

-          ¿Tú serás serio alguna vez?.- trato de sonar molesta pero la traiciona la risa.

 

Sea lo que sea que le crecía en el pecho y que la ahogaba, no se había ido del todo, pero ya por lo menos sonreía.

 

-          Bueno, tal vez sí.- se rio.- pero no prometo nada, tengo problemas con mis tres neuronas, ya sabes - soltó una risa un poco más graciosa.

 

Su pecho se inflo y soltó un enorme suspiro. La abrazo nuevamente y puso su mentón en la cabecita ajena.

 

-          ¿Sabes qué era lo más genial de ser pequeño? Que uno era feliz sin saberlo. Recuerdo que me arrodillaba en el suelo, en la tierra y veía a las hormigas marchar. Y ellas llevaban en equipitos azúcar, polen, seguro uno que otro insecto que lucharon por obtener. Y todas en filita - dijo él.- Me encantaban los animales. Me la pasaba horas mirando a las vacas, a los becerros, a los caballos y a las enormes cañas. Yo era chiquito.- tomo una pausa para reír de nuevo.- y las veia enormes. Porque dónde vivía papá Tito, estaba cerca de una hacienda donde plantaban caña. Y cuando es joven, es espinoso. Por las plantas que crecen a su alrededor. Por eso, papá Tito decía que tenían que cuidar bien las cañas o morían. Él un día me llevo al campo junto a mi hermano, el Chuy. Y que me espino la manita. Y rápido me la curé. Le puso una bendita luego de lavarla bien y él y mi abuela le dieron muchos besitos.

 

Se aparto un poco de los brazos de su amigo solo para poder verle el rostro. Tomo ambos lados del rostro de Tate entre sus pequeñas manos y lo miro sonriendo de oreja a oreja a pesar que las lágrimas corrían aun por sus mejillas.

 

-          ¿Que hice yo para merecer una amigo como tú?

 

Se puso en puntitas y beso tiernamente la mejilla de Tate. La escarcha de sus lágrimas mojaron el rostro de su amigo antes de parar de escurrirse por sus ojos.

 

-          Gracias Tate Antonio.- sonrió dulcemente.- pero no creas que me voy a olvidar que me prometiste un fanfic. No me importa de quien sea, pero lo quiero.- su sonrisa se volvió más pícara.- no te digo que respondas el rol porque ya está bueno de molestar al pobre Noel con el.

 

Tate soltó una carcajada.

 

-          No, capaz se despierta y viene y me rompe la cara.- Tate le acaricio el cabello y le sonrió - Recuerda que lo mejor tarda en llegar - le guiño el ojo y se soltó a reír -¿Te sientes mejor? - pregunto.- No hay nada mejor que salir un rato a caminar. En la realidad o no, no importa. Lo importante es esto - señaló su mano entrelazada a la de ella - Esto es lo que importa.

 

Llevo entonces su mano al rostro de ella y le limpio unas cuantas lágrimas. Ella rio como una niña. Solo usaba esa risa con su familia más cercana.

 

-          Aunque suene tentador que Noel te rompa la cara pasare esta vez. Gracias Tate. No pudo salir. Recuerda que son las 2 am en mi casa.

 

 

El viento los envolvía dulcemente. Tate le dió un beso en la frente y otro en la cabeza.

 

-          Vengache pa' acá - dijo en tono gracioso y la abrazo de nuevo.

 

Con esto se alejo de su amigo y empezó a bailar entre los rosales. No podía salir en el mundo real pero aquí nadie la vería como loca por hacer eso. Tate soltó una risotada. La vio correr e hizo lo mismo. Hacía tanto tiempo que no corría por esos campos que no le importaba sentir la tierra húmeda en sus pies descalzos.

 

Ambos corrían compitieron con el viento quien revolotea sus cabellos. Rizos dorados y largos cabellos marrón cobraban vívida mientras los dos amigos se reían y corrían. La joven movió los brazos como si volara suavemente, se dejó llevar como si fuera una bailarina de ballet y la luz de luna era un reflector. Luisa olió la fragancia de las flores al fin.

 

Quería quedarse para siempre en ese lugar, en el Sistema Aurora. Una sonrisa triste cruzó su rostro. Sabía que no podía... siempre lo había sabido desde adolescente; que no se podía encerrar en los dulces lugares de su mente. Cerró los ojos con melancolía sin dejar de sonreír. Ahora no era el momento recordar cosas dolorosas. Se detuvo un momento, miró a Tate con una sonrisa traviesa en sus labios, se colocó las manos entrelazadas a su espalda y miró a la cara de su amigo.

 

-          ¿A que no me atrapas papanatas?- Lo desafío.

 

Corrió a zancadas, era veloz, y alcanzó a la joven y la tumbó en el suelo, cayendo encima de un rosa. Las rosas aplastadas buscaron salida, como lo haría siempre la madre naturaleza ante una tempestad. Algunas se enrollaron en los tobillos de Luisa; y otras en su largo cabello.

 

-          ¡Te atrapé! - dijo él y le pico suavemente el ojo.

 

Luisa quedó conmocionada por quedar debajo del cuerpo de Tate y el amplio rosal a su espalda.

 

-          ¡Te atrapé! - soltó de nuevo.

 

Vio los ojos dorados reírse mientras le decía que la había atrapado, una suave luz lo empezó a envolver; su peso empezó a ser menos y las finas facciones de Tate fueron sustituidas por las tiernas mejillas de bebé Tate hasta que el enorme cuerpo de Tate quedó pequeño.

 

Bebé Tate abrió sus pequeños brazos y abrazo a Luisa.

 

-          ¡Te atrapé! - canturreó risueño.

 

Ella lo abrazó con fuerza y lo tiró al suelo haciéndole cosquillas. Su risa infantil era tan hermosa que sintió como pequeñas luciérnagas salían del rosal solo para ver al pequeño principito.

 

-          ¡Ahora eres mio Tate Antonio! Y te comeré a besos.- dijo Luisa en una voz amenazadoramente divertida.

 

Bebé Tate soltó risa tras risa. Estaba feliz de que “Luusaaa” estuviera con él. La abrazo fuerte.

 

-          Ahora eres la princesaaaa luisaa - dijo divertido bebé Tate.

 

Trataba de ponerle más rosas en su largo cabello con sus pequeñas manos. Algunos pétalos le cayeron y se rió al verlos brillar de un bonito tono. Al tocar el suelo la tierra tragaba los pétalos y volvían a salir una rosa frondosa.

 

Eso le hizo ponerse feliz y aplaudir.

 

Ella sintió como un par de ojos los observaban desde lejos... se preguntó quién sería.

 

-          ¡Nerón! - gritó emocionado Tate.

 

El bebé se levantó y comenzó a correr en una dirección opuesta. Tan sólo tenía 5 años.

 

-          ¡Luisa! ¡Mira el cielo!- dijo mientras corría.

 

Había estrellas y el cielo era muy oscuro. El bebé Tate llegó hasta el espanta pájaros del campo. Era enorme. Se alzaba mirando hacia el cielo negro. Tate lo abrazo por debajo.

 

-          ¡Nerón! - canturreó el bebé.

 

Luisa se levantó y las rosas cayeron de su desordenado cabello. Gracias a Tate podía ver a Nerón y no caer en crisis. Ya había pasado el llanto. Ver a Nerón podía asustar a cualquiera. Miro a la figura frente a ella, aquella que su pequeño rubio amigo abrazaba con ternura. Permaneció un momento en silencio y luego decidió hacer una reverencia hacia el caballero.

 

-          Buenas noches estimado, Nerón.- dijo cortésmente al espantapájaros.- no quise molestar a Tate... solo que no sabía a quien más acudir.

 

Hubo silencio. El suave viento removía las hojas de los árboles cercanos. Los rosales se movían al unísono.

 

Bebé Tate hizo burbujitas con su boca y enseguida apretó más al espantapájaros y sonrió grandote.

 

-          Dice Nerón que gracias por venir - dijo con aquella voz infantil.

 

Bebé Tate se despegó del espantapájaros y fue directo a Luisa. La abrazo de las piernas, pues era muy chiquito.

 

De golpe el espantapájaros movió la cabeza, mirándolos a ambos. No había expresión alguna en ese trozo de paja, tela y madera. Sus ojos eran dos botones negros y su boca una línea recta de costura. Tate miró a Luisa.

 

-          ¿Dormimos aquí? - La agarro de la manita y comenzaron a alejarse hasta llegar a un árbol enorme en medio de todo el campo de rosal.

 

Bebé Tate bostezo y se sentó en una piedrita. La joven adoro la dulce imagen de bebé Tate dormido. Pero no importaba que ese fuera su lugar en todo el mundo. Los niños no debían dormir afuera.

 

Cargo al pequeño y acomodó su cabeza coronada de rizos de oros en su cuello, las regordetes manitas se las pasó por sus hombros y puso las piernitas a cada lado de su costado para hacerle más fácil cargarlo.

 

Pequeño príncipe, ya es hora de dormir. Pero hoy no podemos dormir aquí. Los dos necesitamos de un adulto que nos cuide. Así que iremos a la gran mansión. Otro día volver a jugar contigo aquí en el rosal.

 

Camino meciendo a Tate y tarareando canciones infantiles que se sabía. Cómo “susanita tiene un ratón” que era el favorito de sus primos más pequeños.

 

No sabía cómo llegar a la mansión pero se arriesgó. Camino por instinto hasta que llegó a la puerta grande de madera. Ese olor tan familiar ya para ella la hizo recordar que su adición a los cuentos de fantasía estaba latente en su piel.

 

Suspiro.

 

Ya hacía años que no se sumeguia en su mente como ahora. Y eso la asustaba.

 

Toco la puerta y espero que alguien abriera mientras abrazaba con ternura a bebé Tate dormido y mecía ambos cuerpos como si aún estuvieran bailando en el rosal. Tarareo “en el bosque de la chica” mientras volvía a tocar la puerta.

 

Luisa suspiró. Entro a la gran mansión y fue hasta el cuarto de Tate. Colocó al niño él la cama y lo arropó. Beso los cabellos dorados y susurró.

 

-          Gracias Tate. Dulce sueños.

 

Y así desapareció del mundo interno.




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