Era ya avanzada la noche y Tate se encontraba descanso
afuera de la mansión, esperando a su amiga del otro mundo que lo había llamado
en plena crisis de llanto. La noche en el sistema Aurora estaba fresca, y la
suave brisa jugaba con los rubios rizos desordenados de Tate. De pronto pudo
sentir su esencia. Calidez.
Cuando ella apareció, Tate la tomó de la mano.
-
Hey, estoy aquí — dijo él. Le sonrió.
Apenas sintió la mano de su amigo las lágrimas rodaron por
sus mejillas. La ansiedad la estaba consumiendo. Y ella no podía hablar sobre
ellos. No sabía cómo, por lo cual los riachuelos de escarcha que escapaban
apresuradamente de sus ojos era su modo de expresar lo que sentía.
Exteriorizarse.
El suave viento removía las melenas de ambos. Las de él eran
hilos dorados en ondas casi rizadas. Las de ella eran largos y ondulados
cabellos, unos oscuros, otros chocolate, otro cobre y los que más brillaban
eran los de oro. La luna estaba en el cielo, plateada y enorme.
Cruzaron la calle y abrieron el portón grande. Había algunos
nenes jugando en los columpios, un par de niñas sentadas en un banquillo
escuchando música.
Luke estaba columpiando a Luz, en fin, un adulto los
cuidaba. Él sonrió y saludo a Luisa con la mano, desde lejos.
-
¿Y bien? ¿Te gustaría quedarte o que te lleve a
algún lado en especial? — le pregunto Tate con una sonrisa.
-
¿Podemos explorar?.- trató que sus labios no
temblaran tanto, pero le fue imposible.
Tate le sonrió con calma y asintió.
-
Claro que si... Ven conmigo - la tomó de la mano
con suavidad y ambos comenzaron a caminar.- Te llevaré a un lugar especial para
mí - dijo él.
La hizo cerrar los ojos. Ella obediente lo hizo. Una brea
negra comenzó a salir en forma de humo; los envolvió a los dos y aparecieron en
un campo de rosas rojas y brillantes.
“Antes habían sido lavandas” pensó Tate con tristeza.
Pero el ciclo se cerró.
Había a unos metros un espantapájaros. Los rosales se
extendían millas y millas. El viento los removía.
-
Aquí le gusta venir a bebé Tate cuando se siente
mal. — se rió. Comenzó a caminar con ella.
La joven se pegó más de lo que acostumbraría a su amigo. Las
lágrimas dulces aún salían de sus ojos como hermosos riachuelos de escarcha. Al
escuchar la mención de Tate bebé pudo soltar un suspiro de dolor retenido.
Camino viendo cómo la luz resaltaba el rojo de la flores y
oscurecía sus tallos. Recordó cuanto a Tate le gustaba El Principito y que
significaba esas rosas en el cuento.
-
¿Son amores perdidos?.- pregunto en automático
Luisa.
Tate le sonrió y negó.
-
...No.
Se quedó unos segundos meditando viendo los rosales.
-
Es el amor jamás concebido - expresó.
Siguieron caminando unos momentos. Los rosales no tenían
espinas. Los pies descalzos de Tate no corrían riesgo de ser cortados, mientras
que Luisa poco sentía los suave pélalos rozar su piel.
-
El amor jamás recibido - explico Tate sin mirar
a su amiga - se convierte en amor propio. Y por eso hay rosas. Muchas. Porque
bebé Tate se ama mucho.
Ese comentario la hizo casi sonreír; pero las lágrimas se lo
impedían. Trago varias veces saliva antes de poder hablar sin que se le
quebrara la voz.
-
¿Me cuentas algo bonito que te haya pasado a ti?
Detestaba tener que depender de su amigo... pero no sabía
que más hacer. Se sentía que la presión en el pecho la iba a quebrar desde
adentro.
Tate suspiró.
-
Bueno una vez... En primaria yo hice un dibujo
de unas frutas. A la maestra le gustó tanto que me hizo pegarlo en el salón.
Cuando estaba más pequeñito, nos ponían en el jardín de niños a bailar y cantar
canciones que a mí me gustaban mucho, mucho. Siempre me gustó ser el primero en
la clase. Me gustaban mucho las matemáticas. Las demás ciencias no tanto, pero
las matemáticas me apasionaban. La astronomía, astrofísica. Luego, una vez hice
yo una exposición sobre las estrellas gigantes rojas. En la secundaria, era de
los pocos días en los que yo salía, poco a poco deje de salir pero esa vez mi
maestro me dijo que había expuesto muy bien y me regaló un punto y yo estaba
muy contento — le conto emocionado. Aunque eran cosas tontas, eran para él
importante.
La joven mientras trataba de concentrase en la voz de su
amigo se repetía una y otra vez “es hermoso” sin saber a qué se refería, tal
vez a las rosas que resplandecían en plena noche, tal vez a que su chico dorado
estaba allí, tal vez, solo tal vez a que por primera vez podía llorar sin que
alguien tuviera miedo de que se suicidara... Trato de centrarse en los colores
que veía al escuchar el cuento de Tate. Estrellas amarillas y rojas, papeles
infantiles llenos de colores divertidos, pequeños tiernos y revoltoso, el
pequeño cuerpo de Tate siendo niño, podía respirar con menos presión... y solo
él hecho de enfocarse en las palabras de su amigo evitaba que ella se clavara
las uñas en su propia carne. “No puedes hacerte daño. No” se susurraba
internamente tratado de luchar con sus emociones desconocidas.
El rubio parpadeo y siguió pensando mientras caminaban.
-
Una vez, atrás de mi cuaderno ya escribí un
cuento llamado “la luna y el gorrión”. Yo tenía 8 cuando lo escribí. Aunque
después paso el tiempo y la hojita que estaba atrás de ese cuaderno, la
arranque.- Soltó un suspiro. - ¿Sabes cuáles son mis flores preferidas? No son
solo las rosas, también las lilys. Y su aroma me trae mucha calma. Son muy
bonitas. Tenemos en casita...- Se quedó unos momentos pensando —... Una vez
participe en una obra de teatro. Yo quería a fuerzas ser la vaquita...
Ella se lambió los labios secos y soltó un doloroso suspiro
antes de esconder su cabeza en el pecho de Tate. No quería seguir llorando, ya
estaba muy mareada. Pero saber que estaba allí el chico dorado no la hacía
volverse loca.
-
Me encanta imaginarte pequeño.- susurró entre
lágrimas.- siento que fuiste feliz a pesar de todo.
Respiro profundamente el aroma de Tate. Y se concentró en el
ritmo de ambos pechos. Suben y bajan. Una y otra vez. Tate le acaricio con
suavidad la espalda, correspondiendo su abrazo.
-
Cualquier niño es feliz si tiene un motivo para
sonreír... ¿Sabes lo que a mí me hacía muy muy muuuuy feliz de niño? —le
pregunto.- Cuando llegaba de la escuela e iba a casa de mis abuelitos. Uy, no
te imaginas lo feliz que era. Yo saltaba de la emoción cuando veía a mi
abuelito. Le decía "Papá Tito" y a mí abuelita "mamá Tita".
Él me consentía mucho. Jugaba conmigo a qué yo le hacía peinados y como tenía
bien poquito pelo, él se reía de las mini coletitas que le hacía en el cabello.
Después empezaban las caricaturas. Y ambos las veíamos juntos.
Ella trato de imaginarse cada palabra de Tate: un pequeño
niño rubio, un par de ancianos con dulces sonrisas y ojos tiernos, chocolates
que le daban al niño por lo dulce que era, Tate de peluquero... esta la hizo
reír porque pensó que Tate no era bueno en esas cosas y haría un desastre.
Sonrió un poco más al imaginarse un niño dorado sentado frente a un televisor,
hipnotizado con la boca abierta.
Tate le dió un beso en la cabeza a Luisa. Al sentir los
labios del rubio en su cabello las lágrimas de ella se secaron y los ojos se
agrandaron.
-
¿Quieres bailar? ¿No quiere bailar Luisa con su
chico dorado? - le dijo aunque sabía que no tendría ganas.
Quedó aturdida al escuchar lo del baile. Se imagino los dos
bailando a la luz de la luna, un hada azul y un príncipe de oro.
Tate empezó a mover despacio, de un lado a otro. Ella cerró
los ojos y se dejó llevar. Se imagino que los acompañaban una suave melodía
cantada por las ninfas del bosques.
-
Yo bailaba así con mi papá tito. Recuerdo que un
día muy muy triste, cuando llegue de la escuela, él me cargo y me dió vueltas;
se rió y dijo que yo era una súper heroína por haber salvado a los gatitos que
estaban solitos allí cerca de unos árboles. Parecían perdidos. Y aunque la
directora me regaño, pude llevarlos a casa y se quedaron ahí. Uno se llamaba
Manchitas, el otro se llamaba Mino.
Tate río suavemente al recordar a los mininos.
Esta vez si que de verdad sonrió al imaginar al abuelo Tito
y bebé Tate bailando. Y a unos gatitos como los que tenían ahora en el mundo
externo.
Dos lagrimas más rodaron por las mejillas de ella. Solo esas
fueron las que salieron para cerrar broche de escarchar en el rostro de la
chica.
-
Bailas muy bien Tate.- susurró ya más calmada.-
de verdad eres un príncipe de oro...
Tate se rió.
-
¿Sabes cómo me decía papá tito? La princesita de
oro.
Ambos sonrieron por lo irónico y gracioso que sonaba. Todos
los que querían a Tate le decían “oro”.
El viento resoplaba suave, hilos oro y chocolate bailaban en
ambas cabelleras, Se dejaron mecer por los rítmicos movimientos de sus cuerpos.
Eran sus brazos, las de su amigo, esa cuna infantil que siempre se anhelaba.
-
Una vez llovía mucho. Así como hoy que llovió
muchísimo.- le contó.- Y me salí corriendo porque quería bañarme en la lluvia.
Y mi papá Real. Me cargo y sentía como si volara.- Sonrió al recordar la lluvia
en su cara - Los truenos eran enormes. ¡Había rayos! Pero no nos dió miedo. La
lluvia caía como si los angelitos lloraran, eso nos decía papá tito. Y que
cuando lloraran ellos, uno tenía que sonreír para que ellos también sonrieran -
dijo y negó sonriendo.
Escucho más fácilmente las palabras de Tate. Recordó
diverida la foto del granizo rompe-cabezas, el pequeño Tate sin ropa corriendo
por la casa en dirección de la puerta con los mayores pisándoles los talones.
Luego un pequeño Tate extendiendo sus extremidades infantiles planeando en el
aire con ayuda de unos fuertes brazos. Gotas de lluvia en las tiernas mejillas
de Tate... esto hizo que dos lagrimas más salieran de los ojos de Luisa; pero
esta vez no eran descontroladas. Imagino cómo el cielo oscuro se iluminaba por
los truenos, haciendo resaltar más el pequeño cuerpo de Tate suspendido en el
aire, la dulce sonrisa de niño mirando al cielo imaginando pequeños querubines
recostados en las nubes llorando al mirar la tierra de los humanos.
Luisa cerró de nuevo los ojos. Pero no para calmarse esta
vez. Quería disfrutar del baile nocturno, el rubio le acaricio con suavidad su
larga melena. Le hacía sentir bien que ella ya se sintiera bien porque la
adoraba muchísimo.
Pero un pensamiento azoto de nuevo la mente de la joven. Uno
que la golpeó duro y frío. Pensó que todo esto se lo estaba inventando como
cuando niña, que nada de lo que veía era real, que su imaginación le estaba
jugando sucio de nuevo. Que el Sistema Aurora (que si sabía que era real) se
aburriría de ella y la dejaría. Volvió a sentir miedo y las lágrimas volvieron
a salir con la misma prisa que al principio. La escarcha mancho todo su rostro
y la camisa blanca del rubio.
-
No me dejes Tate... - susurró entre lágrimas.
Ese pensamiento la perturbó de nuevo.
Tate la abrazó un poco más.
-
Oh, claro que no. Nunca te dejare. Ya te jodistes
conmigo. Eh - soltó una risa suave.
A pesar de que seguía llorando el “ya te jodiste conmigo” la
hizo reír, ella se lo había dicho en un arranque de ira. Y ahora él lo repetía
tan dulcemente como palabras de consuelo. Tate siguió bailando suavemente con
ella.
-
Nunca me iré. Yo soy real, y estoy contigo. Aquí
estoy - le sonrió.
-
Lo sé... sé que eres real. Si no lo fueras ya
estuviera loca yo hoy...
-
¿Sabes qué más hacia cuando estaba chiquito? Uff
era retravieso. Una vez le dije a mamá "¡mami, la lavadora echa
humo!" Y no era verdad. Pero que crees, pues un día que sí echo humo! - se
rió un poco más.
Se rio llorando, ya Tate estaba haciendo de las suyas. No
podía ser serio por mucho tiempo sin hacerla reír y que ella lo quisiera
golpear.
-
Fui y le dije "¡mamá! ¡La lavadora echa
humo!” Mamá me dijo "ya no caeré en tus bromas" y se rió. Yo seguía
insistiendo "¡mamá! De verdaaaaad" y después ella olió el humo y
grito “¡llamen a los bomberos!" y solo fue que la lavadora se atasco.
Ya no podía evitar mas que las imágenes se formaran en su
cabeza mientras él hablaba: una lavadora soltando un humo gris mientras, que
Tate ponía su mejor expresión de asombro infantil a su madre. Le recordó el
cuento de Pedro y el lobo, que por mentiroso ya no creían que el lobo se estaba
comiendo el rebaño.
Suavemente lo empujó sin soltarse del abrazo. Era su manera
de pegarle en esos momentos por hacerla reír.
-
¿Tú serás serio alguna vez?.- trato de sonar
molesta pero la traiciona la risa.
Sea lo que sea que le crecía en el pecho y que la ahogaba,
no se había ido del todo, pero ya por lo menos sonreía.
-
Bueno, tal vez sí.- se rio.- pero no prometo
nada, tengo problemas con mis tres neuronas, ya sabes - soltó una risa un poco
más graciosa.
Su pecho se inflo y soltó un enorme suspiro. La abrazo
nuevamente y puso su mentón en la cabecita ajena.
-
¿Sabes qué era lo más genial de ser pequeño? Que
uno era feliz sin saberlo. Recuerdo que me arrodillaba en el suelo, en la
tierra y veía a las hormigas marchar. Y ellas llevaban en equipitos azúcar,
polen, seguro uno que otro insecto que lucharon por obtener. Y todas en filita
- dijo él.- Me encantaban los animales. Me la pasaba horas mirando a las vacas,
a los becerros, a los caballos y a las enormes cañas. Yo era chiquito.- tomo
una pausa para reír de nuevo.- y las veia enormes. Porque dónde vivía papá Tito,
estaba cerca de una hacienda donde plantaban caña. Y cuando es joven, es
espinoso. Por las plantas que crecen a su alrededor. Por eso, papá Tito decía
que tenían que cuidar bien las cañas o morían. Él un día me llevo al campo
junto a mi hermano, el Chuy. Y que me espino la manita. Y rápido me la curé. Le
puso una bendita luego de lavarla bien y él y mi abuela le dieron muchos
besitos.
Se aparto un poco de los brazos de su amigo solo para poder
verle el rostro. Tomo ambos lados del rostro de Tate entre sus pequeñas manos y
lo miro sonriendo de oreja a oreja a pesar que las lágrimas corrían aun por sus
mejillas.
-
¿Que hice yo para merecer una amigo como tú?
Se puso en puntitas y beso tiernamente la mejilla de Tate.
La escarcha de sus lágrimas mojaron el rostro de su amigo antes de parar de
escurrirse por sus ojos.
-
Gracias Tate Antonio.- sonrió dulcemente.- pero
no creas que me voy a olvidar que me prometiste un fanfic. No me importa de
quien sea, pero lo quiero.- su sonrisa se volvió más pícara.- no te digo que
respondas el rol porque ya está bueno de molestar al pobre Noel con el.
Tate soltó una carcajada.
-
No, capaz se despierta y viene y me rompe la
cara.- Tate le acaricio el cabello y le sonrió - Recuerda que lo mejor tarda en
llegar - le guiño el ojo y se soltó a reír -¿Te sientes mejor? - pregunto.- No
hay nada mejor que salir un rato a caminar. En la realidad o no, no importa. Lo
importante es esto - señaló su mano entrelazada a la de ella - Esto es lo que
importa.
Llevo entonces su mano al rostro de ella y le limpio unas
cuantas lágrimas. Ella rio como una niña. Solo usaba esa risa con su familia
más cercana.
-
Aunque suene tentador que Noel te rompa la cara
pasare esta vez. Gracias Tate. No pudo salir. Recuerda que son las 2 am en mi
casa.
El viento los envolvía dulcemente. Tate le dió un beso en la
frente y otro en la cabeza.
-
Vengache pa' acá - dijo en tono gracioso y la
abrazo de nuevo.
Con esto se alejo de su amigo y empezó a bailar entre los
rosales. No podía salir en el mundo real pero aquí nadie la vería como loca por
hacer eso. Tate soltó una risotada. La vio correr e hizo lo mismo. Hacía tanto
tiempo que no corría por esos campos que no le importaba sentir la tierra
húmeda en sus pies descalzos.
Ambos corrían compitieron con el viento quien revolotea sus
cabellos. Rizos dorados y largos cabellos marrón cobraban vívida mientras los
dos amigos se reían y corrían. La joven movió los brazos como si volara
suavemente, se dejó llevar como si fuera una bailarina de ballet y la luz de
luna era un reflector. Luisa olió la fragancia de las flores al fin.
Quería quedarse para siempre en ese lugar, en el Sistema
Aurora. Una sonrisa triste cruzó su rostro. Sabía que no podía... siempre lo
había sabido desde adolescente; que no se podía encerrar en los dulces lugares
de su mente. Cerró los ojos con melancolía sin dejar de sonreír. Ahora no era
el momento recordar cosas dolorosas. Se detuvo un momento, miró a Tate con una
sonrisa traviesa en sus labios, se colocó las manos entrelazadas a su espalda y
miró a la cara de su amigo.
-
¿A que no me atrapas papanatas?- Lo desafío.
Corrió a zancadas, era veloz, y alcanzó a la joven y la
tumbó en el suelo, cayendo encima de un rosa. Las rosas aplastadas buscaron
salida, como lo haría siempre la madre naturaleza ante una tempestad. Algunas
se enrollaron en los tobillos de Luisa; y otras en su largo cabello.
-
¡Te atrapé! - dijo él y le pico suavemente el
ojo.
Luisa quedó conmocionada por quedar debajo del cuerpo de
Tate y el amplio rosal a su espalda.
-
¡Te atrapé! - soltó de nuevo.
Vio los ojos dorados reírse mientras le decía que la había
atrapado, una suave luz lo empezó a envolver; su peso empezó a ser menos y las
finas facciones de Tate fueron sustituidas por las tiernas mejillas de bebé
Tate hasta que el enorme cuerpo de Tate quedó pequeño.
Bebé Tate abrió sus pequeños brazos y abrazo a Luisa.
-
¡Te atrapé! - canturreó risueño.
Ella lo abrazó con fuerza y lo tiró al suelo haciéndole
cosquillas. Su risa infantil era tan hermosa que sintió como pequeñas
luciérnagas salían del rosal solo para ver al pequeño principito.
-
¡Ahora eres mio Tate Antonio! Y te comeré a
besos.- dijo Luisa en una voz amenazadoramente divertida.
Bebé Tate soltó risa tras risa. Estaba feliz de que
“Luusaaa” estuviera con él. La abrazo fuerte.
-
Ahora eres la princesaaaa luisaa - dijo
divertido bebé Tate.
Trataba de ponerle más rosas en su largo cabello con sus
pequeñas manos. Algunos pétalos le cayeron y se rió al verlos brillar de un
bonito tono. Al tocar el suelo la tierra tragaba los pétalos y volvían a salir
una rosa frondosa.
Eso le hizo ponerse feliz y aplaudir.
Ella sintió como un par de ojos los observaban desde
lejos... se preguntó quién sería.
-
¡Nerón! - gritó emocionado Tate.
El bebé se levantó y comenzó a correr en una dirección
opuesta. Tan sólo tenía 5 años.
-
¡Luisa! ¡Mira el cielo!- dijo mientras corría.
Había estrellas y el cielo era muy oscuro. El bebé Tate
llegó hasta el espanta pájaros del campo. Era enorme. Se alzaba mirando hacia
el cielo negro. Tate lo abrazo por debajo.
-
¡Nerón! - canturreó el bebé.
Luisa se levantó y las rosas cayeron de su desordenado
cabello. Gracias a Tate podía ver a Nerón y no caer en crisis. Ya había pasado
el llanto. Ver a Nerón podía asustar a cualquiera. Miro a la figura frente a
ella, aquella que su pequeño rubio amigo abrazaba con ternura. Permaneció un
momento en silencio y luego decidió hacer una reverencia hacia el caballero.
-
Buenas noches estimado, Nerón.- dijo cortésmente
al espantapájaros.- no quise molestar a Tate... solo que no sabía a quien más
acudir.
Hubo silencio. El suave viento removía las hojas de los
árboles cercanos. Los rosales se movían al unísono.
Bebé Tate hizo burbujitas con su boca y enseguida apretó más
al espantapájaros y sonrió grandote.
-
Dice Nerón que gracias por venir - dijo con
aquella voz infantil.
Bebé Tate se despegó del espantapájaros y fue directo a
Luisa. La abrazo de las piernas, pues era muy chiquito.
De golpe el espantapájaros movió la cabeza, mirándolos a
ambos. No había expresión alguna en ese trozo de paja, tela y madera. Sus ojos
eran dos botones negros y su boca una línea recta de costura. Tate miró a
Luisa.
-
¿Dormimos aquí? - La agarro de la manita y
comenzaron a alejarse hasta llegar a un árbol enorme en medio de todo el campo
de rosal.
Bebé Tate bostezo y se sentó en una piedrita. La joven adoro
la dulce imagen de bebé Tate dormido. Pero no importaba que ese fuera su lugar
en todo el mundo. Los niños no debían dormir afuera.
Cargo al pequeño y acomodó su cabeza coronada de rizos de
oros en su cuello, las regordetes manitas se las pasó por sus hombros y puso
las piernitas a cada lado de su costado para hacerle más fácil cargarlo.
Pequeño príncipe, ya es hora de dormir. Pero hoy no podemos
dormir aquí. Los dos necesitamos de un adulto que nos cuide. Así que iremos a
la gran mansión. Otro día volver a jugar contigo aquí en el rosal.
Camino meciendo a Tate y tarareando canciones infantiles que
se sabía. Cómo “susanita tiene un ratón” que era el favorito de sus primos más
pequeños.
No sabía cómo llegar a la mansión pero se arriesgó. Camino
por instinto hasta que llegó a la puerta grande de madera. Ese olor tan
familiar ya para ella la hizo recordar que su adición a los cuentos de fantasía
estaba latente en su piel.
Suspiro.
Ya hacía años que no se sumeguia en su mente como ahora. Y
eso la asustaba.
Toco la puerta y espero que alguien abriera mientras
abrazaba con ternura a bebé Tate dormido y mecía ambos cuerpos como si aún
estuvieran bailando en el rosal. Tarareo “en el bosque de la chica” mientras
volvía a tocar la puerta.
Luisa suspiró. Entro a la gran mansión y fue hasta el cuarto
de Tate. Colocó al niño él la cama y lo arropó. Beso los cabellos dorados y
susurró.
-
Gracias Tate. Dulce sueños.
Y así desapareció del mundo interno.