martes, 10 de junio de 2014

La Primera Hoja (Capitulo III)

La mansión Millen estaba envuelta en un aire melancólico, los sirvientes sin ánimo continuaban su trabajo de forma monótona; mientras que los dueños se abandonaban a la pereza y al ocio. El Conde había salido de viaje por sus negocios en el extranjero, dejando a cargo a la señora Millen, excepto el cuidado de Luna, la dulce y callada joven.

Por razones que cualquiera entenderían. Charlop Millen, mujer de gran carácter, siempre hizo de la mansión “el hogar de las normas” su estricto régimen impuesto desde que cruzo la puerta como la nueva señora Millen era respaldado por el anterior Conde Millen. Ni una sola mota de polvo se veía, las cortinas siempre limpias y con olor a lavanda, el piso le hacia competencia a los perfectos espejos, el jardín pulcro y perfectamente podado no tenia ni una sola rosa que no fuera sido aprobada por la señora, su mayor orgullo era la servidumbre: Limpia, leal, atenta, servicial y con modales perfectos. Nadie se atrevía a romper las normas de Charlop Millen, porque los castigos eran despiadados. Días enteros encerados sin comida ni agua, arrancarles la uñas y los dientes, ponerles cucharas calientes sobre la piel, ponerles las manos al fuego, y su favorita particular era atarlos con los brazos en la espalda y levantarlos con la misma cuerda, procedimiento que duraba horas de agonía.

Luna generalmente era obediente, una autentica gema, pero no compaginaba con la señora Millen, y mucho menos con su metodología de castigo, cosa que la llevaba a fervientes discusiones. El Conde sabia de ante mano lo que haría su madre en su ausencia así que pidió a Joel y a Clementina que cuidaran de ella, sobre todo de su madre. Joel que era el jardinero de la mansión siempre invitaba a la joven a pasear por el jardín de rosas o leer bajo los esplendidos manzanos. Cosa que hacia con frecuencia sino le estaba ayudando en su labor de mantener “Perfecto” como dacia la señora Millen, el jardín. Mientras que Clementina vigilaba que no se metiera en el camino de la gran señora. Luna sabía sus intenciones desde antes que ellos se dirigieran a ella, le sonreía y seguía mansamente la sugerencia de ambos.

Un día caluroso Luna recorría el jardín de rosas, estaba inexpresiva, mientras pasaba las flores volteaban en su dirección, y los capullos florecían al pasar. Tan absorta en sus pensamiento estaba que no se percato de las minúsculas gotas rojas carmesí en las rosa hasta se movieron eufóricamente para que la viera.

-Sangre.

Se dirigió a donde normalmente estaría Joel a esa hora del día. Lo encontró vendándose la mano torpemente con trozo de tela sucia.

-¿Qué te a pasado? – Pregunto Luna al retira la venda improvisada.- Es una gran herida. Así no sanara.- Tomo unas hojas largas del jardín las froto y se las coloco sobre la hereda ya limpia, la envolvió con la cinta que ataba su cabello y como si acabara de recordar algo sumamente importante lo miro seriamente y dijo:

-No te quites el vendaje en dos semanas.

-¿Y que pasara si empeora?

Ella sonrió.

-No lo hará ¿Cómo fue que te hiciste eso?- Joel vacilo en contarle. La respuesta se vio reflejada en sus oscuros ojos.- Entiendo, las rosas son peligrosas, tanta dulzura es digna de desconfianza. Es curioso ver como las orugas sabiendo esto se arriesgan a trepar por su tallo mortífero.

-Señorita…

-¿Joel?

La recién llegada observaba la escena con recelo. Ya estaba dentro del almacén y retroceder la haría ver aun más sospechosa; debía proseguir con su idea inicial. Su vestido rosa aun tenia salpicaduras de pintura y sus risos dorados estaban desordenados por la carrera; aun así se aclaro la garganta y adquirió el aire solemne y petulante que siempre la identifico.

-Joel.- Dijo fríamente – Debemos hablar.- Lanzo una fulminante mirada a Luna, quien no había volteado ni una sola vez a su llegada- A solas.

-Lo siento señorita Millen, en estos momentos estoy siendo tratado por la señorita Luna. Luego.

-He dicho que debemos hablar.- Amber enrojeció – y eso es ahora. Vete, que esto no es de tu incumbencia, intrusa.

-Trata de no utilizar mucho esta mano Joel, no toques mucho el vendaje y sobre todo no lo quites hasta que se allá curado.- Dijo maternalmente Luna, ignorando por completo a la encolerizada señorita Millen.- Aunque no fuera una cortada grave es mejor tener precaución. Veras como sana rápido.

-¿A dónde va, señorita Luna?

-¿No recuerdas?- Dijo Luna divertida – Debo aprender como ser una buena señorita. Iré a ayudar a Clementina en la cocina.

Se despidió con una sonrió. Al llegar a la puerta podía ver como el pecho de Amber se movía. Paso a su lado como un fantasma, dejando atrás un helado ambiente. Y como silbido de viento se oyeron sus palabras.

-Pero la rosa se marchita y sus espinas se doblan, mientras que la oruga se vuelve mariposa y es más hermosa que la misma rosa.

-Esa mujer es tan desagradable.- Se quejo Amber.

-Es mucho más agradable que muchas otras personas.

Ambos tocaron punto sensibles. Amber vio la venda del jardinero, un hombre bueno y siempre calmado ¿Cómo era posible que el terminara con una mano lastimada? Mientras ella pintaba su lienzo en el jardín de rosas, empezó a soñar despierta, que estaba en un bosque encantado con flores tan grandes y brillantes como la escarcha de las hadas, iba de un lado a otro hasta que un hombre salió de un árbol, de gran belleza y cuerpo sin igual, la miro con gran admiración, Que hermosa flor he encontrado ¿Dime, como se llama usted bonita? Ella respondió hipnotizada en sus ojos café, el gallardo príncipe repitió su nombre hasta que automáticamente le agrego el Millen, su rostro pícaro se torno serio. Amber no comprendía porque su ensueño se había tornado tan incomodo hasta que la voz de Joel la saco su fantasía.

-Ahí estas Dimas, esta prohibido venir a este jardín a esta hora, porque puede estar la… señorita Millen.- Ya había llegado lo suficientemente cerca para verla.

Era de esperarse que cuanto alguien te saca de tu ensueño lo mires con asombro como lo hacían los jóvenes. Unos paso se oyeron venir, Joel ordeno al joven que se fuera rápido pero demasiado tarde, Pihetr el mayordomo ya estaba al frente a ellos. Frunció el ceño.

-Joel ¿Qué haces en el jardín de rosas a esta hora?- Con un rápido vistazo vio el chico que estaba cerca de Amber- ¿Y quien es el mendigo?

Amber volteo para ver a que se refería, su príncipe del bosque encantado no potaba un traje blanco con empuñaduras de oro como pensaba, todo lo contrario, vestía una camisa que en algún tiempo fue blanca y ahora era amarilla, pantalones desgastados y polvorientos sostenidos por un solo tirabuzón, de cara y manos sucias y despeinado.

-¿Mendigo? – Gruño el joven, su voz aun era la misma, dulce y seductora.- ¿A quien llamas…?

-Es mi ayudante.- Soltó Joel- así que yo me haré cargo de esto, Pihetr.

Pihetr lo observo con más detalle sin poder ocultar que lo fulmino con la mirada.

-Pues debe aprender respecto por sus padrones ¿Quién te ha permitido acercarte a la señorita Millen? Sinceramente, que falta de decoro tiene esta gentuza.

-Señor, usted no tiene derecho a tratarme a la gente de ese modo tan descortés, sin ni siquiera conocerle.- Dijo Dimas con aires ofendido.

-Pues solo hay que verte para saber con quien se trata, un mocoso mendigo que no sobe su lugar.

Dimas se arrogo con el puño apretado, Pihetr alzaba su bastón para dale en el costado. Un chillido salió de Amber, horrorizada y preocupada a la vez. Todo fue una ráfaga de imágenes para la señorita Millen. Un par de gotas rojas se estrellaron contra el suelo, la mano de Joel sostenía el bastón de Pihetr mientras Dimas estaba unos pasos detrás.

-No creerás que el Conde no se entere que estas aplicando otra vez los castigos físicos con pequeñeces.- Sugirió Joel.- Deja al chico en paz, yo me haré cargo de el.

Pihetr trata de liberar su bastón pero Joel tenia un muy buen gancho. Relajo los hombros y asistió.

-Pero si vuelve a pasar…

- No volverá a pasar.

Amber sacudió la cabeza para no seguir recordando. No quería sentirse culpable por eso, el fue quien se acerco a ella, fue Joel quien no le presto la atención debida, y Pihetr quien empuñaba el bastón que lastimo al jardinero… pero en el fondo ella sabia que con una sola palabra de ella nada de eso fuera pasado, pudo decirle a Dimas que se fuera, o a Joel que se lo llevara, tal vez en esa ocasión le fuera hecho caso, hasta mandar a callar a Pihetr; pero no hizo nada, solo fue testigo de la escena. Joel fue quien rompió el silencio.

-Tengo mucho que hacer niña, no tengo tiempo para ti.

-El… esta bien?

El jardinero la miro por un segundo, se le acerco y dijo.

-Le voy hacer sincero, señorita, usted le traerá problemas a él si le da, aunque sea un rayo de esperanza. No trate de acercase a él, no será usted quien salga mas lastimada en todo esto.

El jardinero salió dejando a la joven con la palabra en la boca, en un intento de seguirlo tropezó en las bolsas de estiércol. Su vestido rosa era ahora un trato sucio. Lanzó una maldición antes de darse cuenta de quien entraba. Levanto la cabeza para ver de donde provenía el mugido. De pie cargando 45 kilos de manzanas.

-Cielos, mejor me voy antes de que me peguen.- Bufo Dimas.

-No es gracioso.- El rubor volvió a su rostro.- Solo buscaba a Joel.

-¿Lo encontraste?

-Si.

Miro sus zapatos sucios, tomo un paño y aproximándose a ella limpio la mugre de su vestido y luego la del calzado.

-Tendrás que llevarlo a la lavandería. No será fácil quitar el olor.

-No importa.

Un sonido se escucho afuera y ella enseguida salió, no quería que sucediera lo mismo, ya había tenido suficiente. Dimas la siguió pero la perdió de vista. En eso fue capturado por dos hombres que lo sujetaron de pies y manos con una cuerda. Lo llevaron hasta el viejo ático de la mansión después de proporcionarle unos golpes que vaciaron sus pulmones de aire y rompiera la boca, lo colgaron del cuello, solo la punta de sus pies tocaba el suelo. Al frente de el estaba Pihetr con su pulcro traje negro y su basto.

-¿Po…r qu-é me … ha-cen.. e-sto? .- Trataba de decir el prisionero.

-¿Acaso no lo sabes? Aquí no toleramos los tipos como tu.- Su voz afilada lo hacía ver mas como un demonio.- Necesitas ser disciplinado, sino, te puedes morir. .- Acercándose le susurro.- Aléjate de la señorita Millen ¿Entiendes? basura.

La gruesa puerta del ático que estaba cerrada se abrió de golpe, una brisa fría les congelo las espaldas a los que adentro se encontraba. Pihertr ordeno que la volvieran a cerrar, pero nadie se movió.

-¿Están sordos? Cierren la maldita puerta.

-Señor….- Dijeron los lacayos.

-¿Qué se supone que es esto? Bájenlo de ahí.

La que en otra oportunidad era una voz angelical ahora se tornaba autoritaria y de temer. Pihetr volteo y observo a la joven, sus ojos esmeraldas eran fríos. Detrás de ella Joel y Clementina la seguían.

-Señorita Luna.- Se expreso secamente sin mirarla.- Este no es lugar para un…

-No se haga el sordo, bajarle que el no ha hacho nada.

-Lo siento, pero es mi deber hacer cumplir las reglas.

-Que bien, porque yo le estoy pidiendo que cumpla una. No se debe dar castigos físicos a alguien que es inocente.

-El ha roto una regla…

-Que es la más trivial de todas las que hay en este “Hogar de Normas” y ve que hay muchas que ni siquiera se puede clasificar como reglas.

-Pues se equivoca usted si cree que no haré cumplir las normas, aunque sea la mas trivial que como usted dice. Este es un pillo que se a tratado de propasar con la señorita Millen, no puede quedar impune tal barbaridad. Y si usted se sigue oponiendo veré que cuelgue igual que el… Señorita Luna. Usted no es mas que una invitada en esta mansión, por ende no debe meterse en donde no le concierne.

-Si así tratan a un invitado ya me imagino lo que será de sus lacayos, espere, lo estoy viendo. Bájelo ahora.

-O si no ¿Que?

Luna se adelanto, dos de los hombres la trataron de detener pero ella los saco del camino con llaves de saque de cadera y un látigo. Ambos contrincantes terminaron en el suelo con la muñeca fracturada y el hombro dislocado, Pihetr se había dado la vuelta para confrontarla pero se vio usurpado de su bastón, lo golpeo en las fosas poplíteas y luego en el occipital. Aturdido, Pihetr solo pudo ver como ágilmente cortaba la cuerda con un solo movimiento de brazo. Dimas callo de rodillos cuando Luna ya lo sostenía por los hombros, los que vinieron con ella lo asistieron.

-Niña. Tú no puedes hacer eso.- gruño aun aturdido Pihetr, quien en seguida se encontró con los ojos de la joven. Ya no eran una piedra verde, sino un brillante y vibrante verde sus ojos, sintió como las llamas fluorescentes le quemaban en el rostro, el aire no entraba en sus pulmones, se llevo una mano al cuello para comprobar que otra mano invisible no lo estuviera ahorcando, de pronto todo se le oscureció y solo esos ojos endemoniados quedaron, ojos color veneno. Trato de gritar pero la falta de aire se lo impedía. Entendió lo que estaba pasando. Ella no era humana, y le estaba haciendo lo mismo que el le hizo al mugriento, los ojos veneno centellaron en afirmación, solo una cosa podía hacer. Con el poco aliento formulo una pequeña oración.

-Se… Pue-den…i-rrr

La oscuridad se disolvió, y los ojos demoníacos disminuyeron su intensidad, pero  no su fuerza. Joel y Clementina no sabían porque Pihetr había dicho eso, o porque de repente se empezó agarrarse la garganta, pero no era la hora de preguntar sino de atender a Dimas. Salieron de ese cuarto de tortura encabezados por Luna.

-Señorita Luna… - Comenzó a decir Pihetr que recuperaba el aliento.- ¿Por qué le has ayudado?

-Porque nadie merece ser tratado así. No importa el porque, el como, ni el cuando, ningún ser humano tiene derecho sobre otro. Y mucho menos la agresión física es el mejor modo de corregir, el castigo psicológico es mas efectivo.



La última oración era la advertencia camuflagiada de consejo. Un sudor frió atravesó la espalda de Pihetr. La suave melena negra se columpiaba en son de despedida, grácil y sedosa nube negra amenazante. O al menos así lo vieron ellos.



Capitulo II                             Capitulo IV

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