Si antes
Luna era tratada como una preciada visita cuando llego a la mansión Millen,
ahora se podría decir que el trato era comparable a la que se le daría a la
misma realeza. Todos los sirvientes de la mansión desempeñaban sus servicias
para con ella de una manera esplendida. Solo Pihetr, el mayordomo, se astenia a acercarse a
la habitación de la convaleciente joven. Aún guarda resentimiento por lo
sucedido con Dimas, el ayudante del jardinero. Pero eso poco importo a alguien con
todo el movimiento que había en la mansión por el regreso del Conde.
Pero mientras toda la mansión volvía a cobrar vida por la
presencia del apreciado dueño, dentro de los aposentos de la joven favorita de
este se condesaba más la atmósfera sofocante por la Ira. Quien juro acabar con
Luna. Nada bueno podía salir de eso.
-Ya me encuentro bien, no ha necesidad de tanta atención-
Dijo Luna a señora Clementina.
La buena mujer insistía en llevarle la comida personalmente
a la joven. Y por más que Luna le digiera que no era necesario Clementina los seguía
haciendo.
-Cómo va a creer señorita. Aun sus heridas no están cerradas
y no puede hacer esfuerzo porque se le van abrir.- Dijo Clementina en tono
maternal- Usted debe descansar y para eso es que le traigo la comida, no ponga
esa cara ¡Es verdad! No se ría señorita.
-¿No será que usted, querida señora, está huyendo del alboroto
de la cocina? No ponga esa cara. Que desde aquí se escucha a la señora Millen.
Ciertamente, la felicidad de la señora de la casa era tanta
que frecuentemente iba a la cocina y mandaba a preparar exquisiteces para su
hijo mayor. Algo que, para todos los que trabajaban en la cocina como la señora
Clementina, aumentaba el trabajo y la fatiga por la rapidez que debía realizar
las órdenes de la señora Millen. Luna lo sabía, pero se alegraba porque desde
la última conversación que tuvo con ella pudo cortar temporalmente la
influencia de la diosa Ira en la señora Millen. La diferencia se veía a
distancia, aunque su carácter dominante no se fuera con esa.
-Admítelo, hippe, Charloth Millen te está vigilando con la
servidumbre. Por eso esta mujer está aquí.- Dijo Ira mientras jugaba distraídamente
con un mechón de su cabello negro con destellos rojos y naranjas.
Luna la ignoro por vigésima vez. La señora Clementina que era
ignorante de la presencia de Ira siguió parloteando animadamente sobre el nuevo
meno y los regalos que trajo el Conde, dejando de lado la insinuación de Luna
sobre su huida de la cocina. Era agradable conversar con ella, a pesar de la
presencia de Ira, quien estaba empeñada en permanecer con Luna.
Se escuchó que alguien llamada en la puerta. Una cabeza de
cabellos castaños se asumo con cuidado por la puerta entre abierta.
-¿Puedo pasar?- Pregunto el Conde.
-Oh, Señor Conde. Pase, pase- Se apresuró a decir la señora
Clementina.
La euforia de la cocinera
animo más a Luna haciéndola reír. El melodioso sonido atrajo la atención
del Conde, sus ojos se iluminaron al ver la joven pero pronto se apagaron al
ver sus vendas. Mostró, pues, una expresión seria.
-Buenos días, Conde ¿Cómo amaneció el día de hoy?- Pregunto
cortésmente Luna.
-Buenos días, Luna. Bien, gracias por tu preocupación, pero
me gustaría que me llamaras por mi nombre.
-Algún día, Conde.- Dijo Luna sonriendo.
Eso bastaba para que el Conde bajara su guardia. Después de
tanto tiempo sin ver a su joven de ojos esmeralda solo quería permanecer todo
el tiempo con ella. Algo imposible con el alboroto de la mansión. Una rápida mirada
de la señora Clementina le bastó para saber que estaba haciendo mal tercio en
la habitación.
-Oh, mire que hora es.- Dijo al recoger la bandeja con los
platos donde había comido Luna.- ya es casi hora del almuerzo y yo aún aquí.
Con su permiso.
Ira le lanzo una irritada mirada cuando cerró la puerta,
para luego fijarse en el alto y bien proporcionado hombre frente a Luna. Nunca
reparo mucho en él ya que era siempre tan calmado en la toma de decisiones y
manejaba con destreza las situaciones de conflicto; el dialogo siempre era su
arma. Pero en los últimos meses se sentía atraída a él al descubrir que su carácter
era incluso más exuberante que la señora Millen. Para ella las personas
calladas eran las que más cólera contenían en su interior, el resentimiento los
carcomían con la pronunciación de una sola palabra que hacía de detonador para
que en su interior empezara a hervir la sangre fría.
Una vez que decidió probar hasta donde llegaba su auto control,
la bendita hippe apareció en su vida, y sus esporádicas pero sustentadas explosiones desaparecieron. Eso la
molesto.
-Me entere lo que paso con el ayudante de Joel.- Dijo el Conde.
-Su nombre es Dimas.- Le corrigió la joven sin emoción.- Es
un buen muchacho
-No lo dudo. Ya que tomaste la molestia enfrentarte a Pihetr y hasta a mi madre para protegerlo. Has estado
ocupada en mi ausencia ¿No?
Sus miradas se encontraron, verde y
azul, un choque de sentimientos, palabras sin decir y pensamientos que se desvanecían
para dar pasó a otro. Fugaz. El Conde siempre se perdía en esa mirada esmeralda
tan seria y tan calmada como un oasis en el desierto. Pensaba como era posible
que ella existiera, tan cerca de él, pero tan distante. Si su presencia no estuviera
envuelta en misterio todo podría ser… diferente.
Luna lo envolvía con la mirada, ahondar en sus más
profundos pensamientos. Lluvia, una calle empedrada, un tren, sombrilla, unas
manos entrelazadas… sus ojos esmeralda. Por lo visto estaba preocupado por su
partida de este mundo “¿Por qué se
preocupa por algo inevitable y lejano?” pensó. Pero luego se vio ella misma
reflejada en los azules ojos. Puso una mueca. No era bueno que él la viera con
esos ojos.
-Conde Millen. Debe preocuparse más por los que están bajo
su cargo, el condado entero esta…
-Lo estoy haciendo- La interrumpió sutilmente- ¿Me puedo
sentar?
Al no escuchar una respuesta tomo asiento en el borde de la
cama.
-No sé por qué realmente estas aquí, bajo mi techo; pero quería
saber si después de que cumplieras con tu misión te iras de inmediato ¿no es
así?
Ira se reincorporo, por más que lo negara la respuesta a
esa pregunta le importaba. Luna se percató de su reacción, cerró los ojos; era
cansado tratar de ocultar las cosas pero no era el momento de revelar nada
ahora. Suspiro.
-Si logro cumplir con mis objetivos, lo más prudentes es
marcharme lo antes posible.
Una cálida sensación apareció en la mejilla de Luna obligándola
a abrir los ojos, solo para toparse con la mano del Conde en su rostro. Estaba
examinando las heridas del cuello con una seria expresión.
-Conde Millen, no haga eso.- Lo regalo por lo bajo Luna.
-Estas bajo mi cargo en estos momentos, así que estoy preocupado
por esos extraños rasguños. Estoy procurando que no tengas fiebre y se estén cerrando
las heridas. ¿No es eso lo que debo hacer?
Luna frunció el ceño, no le agradaba para nada el
comportamiento del Conde. Fue entonces que vio a Ira, estaba moviendo el índice
con el pulgar mientras murmuraba algo. “no
quiero que me toques” Luna leyó en los labios negros de Ira, quien sonrió. Así
que esa era la razón porque estaba tan irritada con el Conde. Respiro profundo.
Era lógico que Ira no se fuera ya que no le había dado su merecido, debía cavar
con ella.
-Gracias, Conde.- Dijo con un gran sentimiento de congracia.-
Discúlpeme por hacerle preocupar.
-Solo no finjas que estas bien, cuando en realidad no lo
estas.- Puntualizo el Conde.- Ahora, cuéntame ¿Qué fue lo que realmente paso
con Dimas?
-Sé que la señora Millen te lo contó todo. No tengo nada
más que decir.
-Nada ¿Es esa es tu respuesta?
Ahora el Conde quien fruncía el ceño. Luna volvió a echar un
vistazo a Ira. Efectivamente, como lo pensaba, Ira estaba esparciendo por el
aire plumas que ardían con un fuego negro y rojo. Solo ella las podía ver por
todo el cuarto volando tranquilamente mientras ardían sin consumirse. Rodeaban
al Conde y a ella pero estaba lo suficientemente cerca para sentir la mala intención
y el egoísmo en ellas. Luna las alejaba con solo desearlo, pero el Conde lo así
por medio del auto control. Auto control que estaba empezando a debilitarse.
-Está bien, te lo diré: Dimas por error se metió en el jardín
de rosas privado de la señorita Amber,
Pihetr lo insulto y el joven Dimas se defendió, si no fuera por Joel Pihetr
fuera castigado ahí mismo al joven; Joel se lastimo la mano porque Pihetr iba a
golpear a Dimas. Más tarde, cuando Dimas estuvo solo Pihetr mando a torturarlo.
Fue entonces cuando me entere por el señor Joel no lo encontraba.
-Y fuiste y detuviste a Pihetr y a sus hombres tu sola ¿No?
Cada vez se molestaba más. El Conde se levantó y camino por
la habitación. Realmente no le había gustado lo que había pasado. Ira se retorcía
de alegría. Luna se echó así atrás. Eso la agotaba más. Elevo una plegaria al
cielo pidiendo calmar la ira, fue escuchada, una fuerte brisa entre por la
ventana abriéndola de par en par.
-¿Pero qué?- Protesto Ira.
La brisa la golpeo con fuerza elevándola por los aires y sacándola
del cuarto apresuradamente. El Conde solo sintió una leve brisa que trajo consigo
el olor a flores silvestres.
-Gracias, Conde- Dijo Luna de la manera más dulce.- por
preocuparse por los que están bajo su cargo.
El Conde volteo a verla. Su sonrisa lo hizo sentir que toda
la habitación se iluminaba. Si estaba molesto, ya no lo estaba. Y con una
sonrisa sincera dijo en murmuro.
-No me vuelvas a preocupar, Luna.
Expulsada Ira de la habitación Luna y el Conde pudieron
hablar tranquilamente y en paz.