miércoles, 12 de agosto de 2015

La Primera Hoja (Capitulo IX)

Si antes Luna era tratada como una preciada visita cuando llego a la mansión Millen, ahora se podría decir que el trato era comparable a la que se le daría a la misma realeza. Todos los sirvientes de la mansión desempeñaban sus servicias para con ella de una manera esplendida. Solo Pihetr, el mayordomo, se astenia a acercarse a la habitación de la convaleciente joven. Aún guarda resentimiento por lo sucedido con Dimas, el ayudante del jardinero. Pero eso poco importo a alguien con todo el movimiento que había en la mansión por el regreso del Conde.

Pero mientras toda la mansión volvía a cobrar vida por la presencia del apreciado dueño, dentro de los aposentos de la joven favorita de este se condesaba más la atmósfera sofocante por la Ira. Quien juro acabar con Luna. Nada bueno podía salir de eso.

-Ya me encuentro bien, no ha necesidad de tanta atención- Dijo Luna a señora Clementina.

La buena mujer insistía en llevarle la comida personalmente a la joven. Y por más que Luna le digiera que no era necesario Clementina los seguía haciendo.

-Cómo va a creer señorita. Aun sus heridas no están cerradas y no puede hacer esfuerzo porque se le van abrir.- Dijo Clementina en tono maternal- Usted debe descansar y para eso es que le traigo la comida, no ponga esa cara ¡Es verdad! No se ría señorita.

-¿No será que usted, querida señora, está huyendo del alboroto de la cocina? No ponga esa cara. Que desde aquí se escucha a la señora Millen.

Ciertamente, la felicidad de la señora de la casa era tanta que frecuentemente iba a la cocina y mandaba a preparar exquisiteces para su hijo mayor. Algo que, para todos los que trabajaban en la cocina como la señora Clementina, aumentaba el trabajo y la fatiga por la rapidez que debía realizar las órdenes de la señora Millen. Luna lo sabía, pero se alegraba porque desde la última conversación que tuvo con ella pudo cortar temporalmente la influencia de la diosa Ira en la señora Millen. La diferencia se veía a distancia, aunque su carácter dominante no se fuera con esa.

-Admítelo, hippe, Charloth Millen te está vigilando con la servidumbre. Por eso esta mujer está aquí.- Dijo Ira mientras jugaba distraídamente con un mechón de su cabello negro con destellos rojos y naranjas.

Luna la ignoro por vigésima vez. La señora Clementina que era ignorante de la presencia de Ira siguió parloteando animadamente sobre el nuevo meno y los regalos que trajo el Conde, dejando de lado la insinuación de Luna sobre su huida de la cocina. Era agradable conversar con ella, a pesar de la presencia de Ira, quien estaba empeñada en permanecer con Luna.

Se escuchó que alguien llamada en la puerta. Una cabeza de cabellos castaños se asumo con cuidado por la puerta entre abierta.

-¿Puedo pasar?- Pregunto el Conde.

-Oh, Señor Conde. Pase, pase- Se apresuró a decir la señora Clementina.

La euforia de la cocinera  animo más a Luna haciéndola reír. El melodioso sonido atrajo la atención del Conde, sus ojos se iluminaron al ver la joven pero pronto se apagaron al ver sus vendas. Mostró, pues, una expresión seria.

-Buenos días, Conde ¿Cómo amaneció el día de hoy?- Pregunto cortésmente Luna.

-Buenos días, Luna. Bien, gracias por tu preocupación, pero me gustaría que me llamaras por mi nombre.

-Algún día, Conde.- Dijo Luna sonriendo.

Eso bastaba para que el Conde bajara su guardia. Después de tanto tiempo sin ver a su joven de ojos esmeralda solo quería permanecer todo el tiempo con ella. Algo imposible con el alboroto de la mansión. Una rápida mirada de la señora Clementina le bastó para saber que estaba haciendo mal tercio en la habitación.

-Oh, mire que hora es.- Dijo al recoger la bandeja con los platos donde había comido Luna.- ya es casi hora del almuerzo y yo aún aquí. Con su permiso.

Ira le lanzo una irritada mirada cuando cerró la puerta, para luego fijarse en el alto y bien proporcionado hombre frente a Luna. Nunca reparo mucho en él ya que era siempre tan calmado en la toma de decisiones y manejaba con destreza las situaciones de conflicto; el dialogo siempre era su arma. Pero en los últimos meses se sentía atraída a él al descubrir que su carácter era incluso más exuberante que la señora Millen. Para ella las personas calladas eran las que más cólera contenían en su interior, el resentimiento los carcomían con la pronunciación de una sola palabra que hacía de detonador para que en su interior empezara a hervir la sangre fría.

Una vez que decidió probar hasta donde llegaba su auto control, la bendita hippe apareció en su vida, y sus esporádicas pero sustentadas explosiones desaparecieron. Eso la molesto.

-Me entere lo que paso con el ayudante de Joel.- Dijo el Conde.

-Su nombre es Dimas.- Le corrigió la joven sin emoción.- Es un buen muchacho

-No lo dudo. Ya que tomaste la molestia enfrentarte a Pihetr y hasta a mi madre para protegerlo. Has estado ocupada en mi ausencia ¿No?

Sus miradas se encontraron, verde y azul, un choque de sentimientos, palabras sin decir y pensamientos que se desvanecían para dar pasó a otro. Fugaz. El Conde siempre se perdía en esa mirada esmeralda tan seria y tan calmada como un oasis en el desierto. Pensaba como era posible que ella existiera, tan cerca de él, pero tan distante. Si su presencia no estuviera envuelta en misterio todo podría ser… diferente.

Luna lo envolvía con la mirada, ahondar en sus más profundos pensamientos. Lluvia, una calle empedrada, un tren, sombrilla, unas manos entrelazadas… sus ojos esmeralda. Por lo visto estaba preocupado por su partida de este mundo “¿Por qué se preocupa por algo inevitable y lejano?” pensó. Pero luego se vio ella misma reflejada en los azules ojos. Puso una mueca. No era bueno que él la viera con esos ojos.

-Conde Millen. Debe preocuparse más por los que están bajo su cargo, el condado entero esta…

-Lo estoy haciendo- La interrumpió sutilmente- ¿Me puedo sentar?

Al no escuchar una respuesta tomo asiento en el borde de la cama.

-No sé por qué realmente estas aquí, bajo mi techo; pero quería saber si después de que cumplieras con tu misión te iras de inmediato ¿no es así?

Ira se reincorporo, por más que lo negara la respuesta a esa pregunta le importaba. Luna se percató de su reacción, cerró los ojos; era cansado tratar de ocultar las cosas pero no era el momento de revelar nada ahora. Suspiro.

-Si logro cumplir con mis objetivos, lo más prudentes es marcharme lo antes posible.

Una cálida sensación apareció en la mejilla de Luna obligándola a abrir los ojos, solo para toparse con la mano del Conde en su rostro. Estaba examinando las heridas del cuello con una seria expresión.

-Conde Millen, no haga eso.- Lo regalo por lo bajo Luna.

-Estas bajo mi cargo en estos momentos, así que estoy preocupado por esos extraños rasguños. Estoy procurando que no tengas fiebre y se estén cerrando las heridas. ¿No es eso lo que debo hacer?

Luna frunció el ceño, no le agradaba para nada el comportamiento del Conde. Fue entonces que vio a Ira, estaba moviendo el índice con el pulgar mientras murmuraba algo. “no quiero que me toques” Luna leyó en los labios negros de Ira, quien sonrió. Así que esa era la razón porque estaba tan irritada con el Conde. Respiro profundo. Era lógico que Ira no se fuera ya que no le había dado su merecido, debía cavar con ella.

-Gracias, Conde.- Dijo con un gran sentimiento de congracia.- Discúlpeme por hacerle preocupar.

-Solo no finjas que estas bien, cuando en realidad no lo estas.- Puntualizo el Conde.- Ahora, cuéntame ¿Qué fue lo que realmente paso con Dimas?

-Sé que la señora Millen te lo contó todo. No tengo nada más que decir.

-Nada ¿Es esa es tu respuesta?

Ahora el Conde quien fruncía el ceño. Luna volvió a echar un vistazo a Ira. Efectivamente, como lo pensaba, Ira estaba esparciendo por el aire plumas que ardían con un fuego negro y rojo. Solo ella las podía ver por todo el cuarto volando tranquilamente mientras ardían sin consumirse. Rodeaban al Conde y a ella pero estaba lo suficientemente cerca para sentir la mala intención y el egoísmo en ellas. Luna las alejaba con solo desearlo, pero el Conde lo así por medio del auto control. Auto control que estaba empezando a debilitarse.

-Está bien, te lo diré: Dimas por error se metió en el jardín de rosas privado de  la señorita Amber, Pihetr lo insulto y el joven Dimas se defendió, si no fuera por Joel Pihetr fuera castigado ahí mismo al joven; Joel se lastimo la mano porque Pihetr iba a golpear a Dimas. Más tarde, cuando Dimas estuvo solo Pihetr mando a torturarlo. Fue entonces cuando me entere por el señor Joel no lo encontraba.

-Y fuiste y detuviste a Pihetr y a sus hombres tu sola ¿No?

Cada vez se molestaba más. El Conde se levantó y camino por la habitación. Realmente no le había gustado lo que había pasado. Ira se retorcía de alegría. Luna se echó así atrás. Eso la agotaba más. Elevo una plegaria al cielo pidiendo calmar la ira, fue escuchada, una fuerte brisa entre por la ventana abriéndola de par en par.

-¿Pero qué?- Protesto Ira.

La brisa la golpeo con fuerza elevándola por los aires y sacándola del cuarto apresuradamente. El Conde solo sintió una leve brisa que trajo consigo el olor a flores silvestres.

-Gracias, Conde- Dijo Luna de la manera más dulce.- por preocuparse por los que están bajo su cargo.

El Conde volteo a verla. Su sonrisa lo hizo sentir que toda la habitación se iluminaba. Si estaba molesto, ya no lo estaba. Y con una sonrisa sincera dijo en murmuro.

-No me vuelvas a preocupar, Luna.



Expulsada Ira de la habitación Luna y el Conde pudieron hablar tranquilamente y en paz. 


Capitulo VIII                                           

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