No se podía evitar
la absurda monotonía en la que habían caído los habitantes de la mansión Millen,
levantarse temprano desayunar y volver a lo que el día anterior estaban
haciendo antes de que la campana del té
se tocara a las 3 de la tarde, donde luego eran sumergidos por los encantos de
la Pereza, quien siempre se paseaba entre los pacillos y visitaba cada cuarto
de la mansión con su largo vestido azul descuidadamente amarrado. Le encantaba
el actual ambiente; era tan lleno de
ella. Solo unos pocos cuartos no visitaba, entre ellas estaba la cocina que el bullicio
reinaba en ella desde que cantaba el gallo hasta que sonaba el gran reloj de la
sala de estar a las altas horas de la noche; y el cuarto donde permanecía Luna.
Pereza no era una
criatura tímida; en más de una ocasión se quedaba horas y horas con la señorita
Amber hasta que su hermana Soberbia la echaba del cuarto. Los empleados eran su
blanco preferido cuando la señora Millen estaba cerca. Era un deleite verlos
templar bajo la sombra de la gran jefa. Pero Luna era diferente a cualquiera,
ella y el Conde emanaba un aura de afán que le inducia nauseas de solo estar
cerca; aun que si fuera solo por Pereza seguiría esparciendo su humor feliz
mente. El problema derivaba en que Luna podía sentirla y en más de una ocasión pensó
que hasta la podía ver, algo imposible según su parecer. Talvez fuese imposible
para un humano hacer eso pero Luna era Luna; sus mismas hermanas le confinaban
su suposición.
-Es un
insignificante humano.- Comento con cierto desdén Soberbia- Ellos no nos pueden
ver, aun que firmaran un pacto con satán.
-Hay humanos que
creen vernos, pero solo ven nuestros sentimientos y sobre todo nuestras acciones.-
Apunto Ira.- Solo somos eso para ellas, que molesto.
Esta eufórica, su
teoría era cierta; de no estar de acuerdo una de sus hermanas la duda recaería
y se convertiría en angustia, pero el caso era diferente, todas compartían la
misma opinión. Sin más que discutir se puso en marca, no había tiempo que
esperar, el tentar a Luna ese día iba a ser la compensación de las semanas de
abstinencias por la duda. No se preocupo por nadie más, todos los habitantes de
la mansión habían tomado como habito el holgazanear mientras el Conde no se
encontrara. Preparaba sus mejor argumentos sobre el ocio y el dejar todo para después;
infundirle la idea de dejarse caer en la melancolía por la ausencia del
propietario de la casa. En estos planes estaba cuando llego a la biblioteca, la
puerta estaba entre abierta, pudo ver lo limpia que estaba adentro, los libros perfectamente
colocados en sus estantes, el jarrón lleno de flores frescas que no osaban dejar
caer ni una sola hoja o pétalo y su amigo polvo había sido desterrado. Un
sonido de desaprobación irrito la garganta de Pereza. Se nota que tiene tiempo aquí,
pensó.
Iba a entrar
cuando diviso a la joven sentada en la ventana sosteniendo un libro. Al
principio pensó que estaba leyendo en voz alta; fue cuando entonces vio como
las flores perdían su brillo, los rayos del sol ya no iluminaban y el agradable
ambiente se tornaba un poco sofocante.
-¿Pero que…?
-¿Eso es todo lo
que me tenias que decir?
-No es un favor.
Es un Ultimátum; se que no le dirás a
ellas pero me conformo con que estés
al tanto de lo que se aproxima. No te estas enfrentando a cualquier cosa. Es
mejor que se marchen cuanto antes.
-Crees poder
sostener lo que dices.- Rio despectiva- ¿tú? Que no eres más que una recién
llegada y por lo tanto te marcharas antes que suceda. No hay garantía que no
volvamos.
De un golpe cerro
el libro, lentamente poso su fría mirada en la hermosa criatura sentada en la
mesa de madera, su largo vestido verde brillaba extrañamente y su sedoso
cabello crema daban la impresión de ser serpientes. Esta correspondió la mirada
con un movimiento de muñeca.
-Sera mejor que
te marches diosa de la envidia antes que la caridad te mate ¿No has hecho mucho
ya entablando esta conversación conmigo? Pues, es mejor que no subestimes ¿ríes?
Entonces si quieres conservar ese humor no vallas a buscar a la señorita Amber.
La seriedad reino
en el rostro de Envidia; levantándose se acomodo el cabello y le dio la espalda
a Luna antes de desaparecer como una ilusión, llevándose el aire pesado pero
dejando sus palabras como un eco en la habitación:
-No creas que me
voy por lo que acabas de decir. Solo me he aburrido de ti. Pero no oses a
creerte protegida, hay más de una forma de hacer caer a las personas.
Luna suspiro,
lleva ya rato con aquel ser despreciable que se empeñaba en hacerla perder la
cabeza por cosa mundanas: ropa, zapatos, comida, y posiciones sociales
importantes. Envidia podía ver los deseos más ocultos del corazón humano y utilizarlos
a su favor corroyéndolos con la duda; no importaba que tan pequeño o
insignificante fueran, la duda y el deseo enfermizo administrado con presión podía
convertiros en preeminencia. Solo quería olvidarse de ella. Continúo su lectura
sin demora esperando que la otra criatura detrás de la puerta no osara a
entrar. Si Envidia le producía repulsión, Pereza era pesadez.
La pobre Pereza todavía
en shock no podía mover ni un dedo, a pesar que sus hermanas se lo afirmaron
una de ellas le había demostrado lo contrario. La invitada del Conde si las podía
ver, y lo quera peor las quería fuera de la mansión Millen. No es que no tuvieran
a donde ir, solo gustaban del terreno y sus alrededores. Pereza no se dio
cuenta cuando la sirvienta la traspaso para abrir la puerta. Ana siempre
tarareaba cuando estaba feliz o le servía a Luna porque esta la recibía con afán.
Mientras comentaba alegremente los pequeños porvenir de la mañana colocaba el
té y unos panecillos en la mesa. La joven le fuese invitado a quedarse como lo
hacia en varias oportunidades pero se abstuvo al ver que Pereza la miraba
desolada desde el lumbral de la puerta. Ana se retiro con la misma alegría. La
puerta quedo abierta y Pereza miraba fijamente a Luna.
-¿Entonces si nos
puedes ver?- Pregunto al fin.
-No es como si
fuera algo de que presumir si me lo preguntas; verlas solo me hacen recordar lo
mal que puede estar los que me rodean.
-¿Quién eres?
-Alguien que fue
mandada a cumplir su misión. Se que no eres como la diosa de la envidia pero no
te ofendas sino te invito a pasar.
Esto despertó a
Pereza, su carácter aparentemente pasivo se disolvió en el viento y entro tropezones
a la biblioteca, se instalo en el gran sillón de cuero marrón y elevando los
pies a la mesa derramo un moco de té.
-Poco me importa
si lo haces. Yo siempre soy bienvenida aun que lo nieguen. Desde hace tiempo te
he visto y tenia la sospecha de que nos veis, pero Ira y Soberbia me siguieron
lo contrario. Por lo visto Envidia lo descubrió antes que yo… siempre es así. Por
otra parte siento gran curiosidad de quien te ha enviado ¿Un mago, bruja, o el
señor de las tinieblas? Aunque eres muy pura para ser del señor… Tal vez fue un
sacerdote o el mismo Chivuo*.
-Respeta quien
esta por encima de ti diosa de la pereza. No querrás ser erradicada de la peor
manera.
-Así lo llama
Soberbia. En fin, deberías decirle a tu jefe que no nos iremos de aquí…
-No es eso a lo
que he venido.
-Cuéntame pues ¿Qué
haces tú aquí en los terrenos del mago?- Luna le miro a los ojos donde Pereza
puedo ver la respuesta que buscaba y algo mas, algo escalofriante para ella.
Por un momento no quiso decir nada pero termino murmurando: pequeña mentirosa,
no te atrevas a…
-Nada esta
escrito, es otra mentira ¿Verdad? Ahora retírate, ya sabes lo que querías saber.
-Me niego a recibir
órdenes de ti.
Y dicho esto se
quito las zapatillas con la punta del pie y se recostó al sillón. Luna recogió
la bandeja de té con panecillos y salió, Pereza la siguió de cerca dispuesta a atormentarla
cuando vio que entro en la cocina. Clementina estaba preparando más pan cuando
Luna ya tenía una mesa disponible para el té. Invito a la cocinera y a la
sirvienta a sentarse. Estas protestaron pero la joven las convenció argumentando
que era mejor disfrutarlo en compañía de agradables personas en vez de sola en
la biblioteca. Luego de disfrutar el delicioso té y los suaves panecillos Luna
se dispuso a limpiarlo con ayudas de sus invitadas. Del resto del día ignoro a
Pereza hasta que esta se aburrió de seguir.
Nota: Chivuo es una forma despectiva que utiliza Pereza para referirse a Dios.