En una tierra dominada por la fauna y la flora, sobre un árbol del baste bosque se encontraba un pequeño nido, y en un pequeño huevo de golondrina. La mamá y el papá pájaro iban y venían buscando ramitas para su pequeño hogar.
A diferencia de otras historias este si era un día soleado y hermoso cuando el destino del pequeño huevo sería perturbado. Un lagarto de escamas coloridas y ojos enrojecidos miraba con hambre hacia el nido. Serpentio su bífida lengua en dirección de su presa tratando de percibir a los padres del huevo. Bastó que el padre se diera la vuelta a buscar más ramitas para que el lagarto escalará el árbol con destreza. Asomó su escamosa cabeza por encima del nido y volvió a serpentiar su lengua bífida, espantando a la mamá pájaro. Con un rápido y tosco movimiento el lagarto se abalanza hacia el huevo, pero la fuerza de su peso lo hizo golpear el huevo haciéndolo caer del árbol.
Aterrada la golondrina picoteo al lagarto y este solo salto detrás de su premio. Cuando cayó al suelo busco y busco el huevo pero no lo encontró. Molesto el lagarto se fue del lugar dejando a las golondrinas alteradas volando de un lugar a otro buscado a su pequeño.
Lo que no sabian era que ya no era un huevo, era un polluelo de golondrina enredado entre los matorrales. El pequeño no podía piar por ayuda, fue sacado de su cascarón al golpear varias ramitas al caer. El polluelo estaba a punto de morir cuando la madre naturaleza al ver la fragilidad de esa pobre criatura hizo llover sobre el bosque.
El polluelo de golondrina se despertó por el agua que caía en gotas, muy cerca de su piquito. El agua pura y fresca revivió al polluelo. Aún no se podía levantar pero fue lo suficientemente para enderezarse. Fue cuando el barro y agua hacían que los insectos salieran de sus escondites. Por un momento el polluelo no entendía lo que veía. Hasta que uno se trató de subirse sobre el y lo sobresalto. El polluelo se lo trato de sacudir pero fue en vano. Así que lo atacó con su pequeño piquito, quedando este engarzado. El polluelo por instinto lo trago y sintió la agradable sensación en su estómago vacío. Miro con dificultad los pequeños insectos que subían a la lodosa superficie tratando de escapar del agua. Picoteo el lodo ingiriendo insectos y lodo.
La madre naturaleza vio como su hermoso bosque despertaba en calma después de la tormenta. Se filtraba los rayos de sol entre el follaje; dando uno sobre el pequeño polluelo. Este se estremeció y trato de andar. No sabía que hacía, solo sabía que debía salir de allí. Tenía alas pero no sabía usarlas, así que ando con dificultad por el lodo casi seco. Escucho el canto de su madre y avanzo con torpeza hacia ese sonido familiar. Efectivamente eran sus padres. Las golondrinas sobrevolaron intentando que su polluelo los siguiera. Pero fue imposible. El polluelo no sabía usar alas.
El tiempo pasó y las golondrinas hicieron un nido entre los matorrales de un arbusto bajo para que su polluelo pudiera tener un hogar seguro lejos de los depredadores. Aunque más de una vez se vieron atacados. Cada vez que el polluelo intentaba usar sus alas caía con fuerza al duro suelo o era visto por algún depredador por estar tan araz del sueño y era atacado. Pero tanto tiempo viviendo en el peligroso suelo aprendió a moverse rápido por el. Siempre pensó que el cielo era más seguro y que jamás lo alcanzaría; así que solo se resignó a vivir como un ave que no vuela. Muchas veces olvidaba que era un ave y pensaba más que era como el lagarto o los insectos que vivían en el suelo como él.
Estaba reflexionando la pequeña golondrina terrestre cuando escucho un alboroto entre las ramas altas de un gran árbol. Fue cuando lo vio: las enormes alas y garras de un águila enfurecida arremetiendo contra las ramas. Hojas se desprendían por los monstruosos golpes del gran animal. La pequeña golondrina no podía dejar mirar el espectáculo. Pero la sorpresa y la incredulidad la golpeó al ver que el águila no estaba luchando por salir del laberinto de ramas, sino que atacaba este para sacar a un pequeño pajarito azul cielo. Era tan pequeño que la golondrina lo confundió con facilidad con un trozo de cielo entre el follaje. El azulejo era incluso más pequeño que la golondrina pero este se metía entre las ramas huyendo de la enorme aguila. Fue cuando los ojos del azulejo sostuvieron la mirada de la golondrina. Y contra todo pronóstico se lanzó en picada en su dirección; al duro suelo. La golondrina quedó paralizada al ver cómo el azulejo esquivaba ramas y entro al arbusto dónde estaba el nido de la golondrina. El águila era demasiado grande para pasar por el laberinto verde. Así que lanzó un graznido furioso antes de volver al cielo.
La golondrina preocupada entro a ver al azulejo. Este estaba herido, sangraba y le faltaba plumas. Pero aún así el pequeño azulejo estaba de pie y alerta. La golondrina lo dejo quedarse en su nido para recuperarse y el pequeño trozo de cielo acepto.
Los días pasaban y la golondrina y el azulejo aprendían uno del otro. La golondrina le mostraba la vida al raz del sueño mientras el azulejo le hablaba de sobre el cielo y como iba de un lugar a otro a largas distancias.
La golondrina cazaba insectos en el suelo mientras que el azulejo, aún lastimado revoloteaba entre el follaje y bebía le nectar de las flores, frutos pequeños y orugas. La golondrina observaba con admiración como a pesar de las heridas del azulejo este seguía intentando volar. El azulejo aún así prefería dormir con ella en el nido del suelo. El pequeño pedazo de cielo le insistía que las alas de la golondrina eran más grande, por lo que si podría alzar el vuelo. Por más que lo intento la golondrina no lograba despegar del suelo; así que el azulejo dejo de insistirle y se quedó con la golondrina en el suelo.
El tiempo pasó y se hicieron inseparables, muchas veces la golondrina seguía entre las ramas al azulejo que a pesar de ya poder volar prefería brincar de rama en rama entre los arbustos para jugar con ella. La golondrina dejo de pensar que el azulejo era una ave que podía volar y ella un ave que no podía despegar del suelo porque ambos siempre estaban al mismo nivel, uno donde las fronteras entre el cielo y la tierra no parecía existir. El follaje podía estar tan cerca del suelo como del cielo y no lo percibían al estar juntos.
La golondrina seguía con la vista al azulejo trepar por las ramas en busca de flores; había adquirido la costumbre de seguirlo, y cuando lo perdía de vista sin darse cuenta trepaba entre las ramas para encontrarlo. Se volvió tan cotidiano que la golondrina no se percató cuando dejó de trepar entre ramas ya comenzó a revolotear entre ellas para seguir a su amigo. Se acostumbro a ver al pequeño pájaro como el mismo cielo en el suelo, así que cuado sus ojos contempló el verdadero cielo lo vio como parte del paisaje, uno que sentía que conocía de toda la vida.
El azulejo hizo un nido en lo más alto de los árboles y la golondrina se la pasaba allí revoloteando desde el suelo hasta las copas de los árboles.
Los días en los que el azulejo pegaba el vuelo la golondrina se aferraba a las ramas más altas del los árboles para verlo surcar el cielo y perderse en el. Las primeras veces se asustaba, pero siempre su amigo azul volvía. Eso animaba mucho a la golondrina.
Un día revoloteando de rama a rama siguiendo al azulejo la golondrina no se percató cuando voló de un árbol a otro sin caer al suelo. Pero el azulejo si. Este no le dijo nada para que la golondrina no se asustara. Solo siguió con el juego, revoloteando entre ramas cada vez mas distantes unas de otras y del suelo. Siempre al ritmo de la golondrina.
La tierra y el cielo dejo de tener fronteras para estás dos aves. Ya la golondrina no veía ajeno las nubes del cielo y el azulejo paseaba con destreza el laberinto verdade del suelo.
Un día la golondrina acepto que era un ave que podía volar a la vez de poder seguir con las patas sobre la tierra.
