- ¡Aarón dile a James que me deje en paz! - chillo sonrojada la castaña al esconderse detrás del italiano que no paraba de reírse.
- James, dejala en paz, la asustas - logro decir entre risas a su prometido.
- No le estoy haciendo nada - bromeó el pelo azul al ver cómo su amiga se ponía roja como un tomate.
De pronto una puerta se cerró de golpe haciendo que Antonia despertara del sueño lucido que estaba teniendo. Se quejo con la sirvienta por haberla despertado, pocas veces podía dormir y cuando lo hacía soñaba con esas personas, sobretodo con Aarón. A sus 30 años ya se había convencido de que era un amigo imaginario de la infancia. Se alistó para ir a la clínica; no quería ir, pero su madre había solicitado su presencia ese día. Odiaba los hospitales, y no sabía porque estar cerca de algún médico la hacia estremecerse; los repudiaba y todavía no sabía exactamente porque. Vestida con Prada se subió al auto donde su chófer ya lo tenía en marcha. Hoy intercambio pocas palabras con el, estaba sumamente irritada y le dolía a morir la cabeza. Nunca le incómodo los lujos que la rodeaba, recuerdos extrañas de una infancia oscura la perseguían toda la vida, pero era como si la oscuridad estuviera detrás de un grueso cristal. Cuando llegó a la habitación de su madre los sirvientes las dejaron solas. Odiaba verla así, en cama, conectada a tubos y cables, y a la vez sentía cierto placer oscuro. Ella casi no podía hablar, los médicos le habían dicho que no resistiría otra cirugía. Eso la lleno de excitación culposa. Beso la mano de su madre adoptiva y en silencio miro por el gran ventanal. Quería acabar con esto rápido para volver a dormir y soñar con ese hogar en el nuevo continente, aquel dónde Aarón -estaba segura que si- vivía. Estaba sumergida en sus pensamientos acompada del sonido del monitor que inticaba como los latidos de su madre iban en decenso.
- Buenos días.
Antonia se puso regida de pronto. Esa voz calma y serena la reconoció, le era familiar. Pero se negó a dejarse llevar por la susperticion. Se dió la vuelta para ver la médica que acaba de entrar y su corazón dió un vuelco. Las piernas le temblaban, la boca se le seco. "Es ella" pensó fascinada y aterrada a la vez. La médico extrajera que acaba de entrar a revisar a su madre era idéntica a la chica de cabello castaño que se reía con su Aarón en sueños. Solo que está tenía el cabello negro y corto, no largo y castaño, todo lo demás era idéntica, su voz, su acento, su rostro, su manera de caminar y sus ojos. Quiso sentir celos pero pensar que si ella era real Aarón lo era pateó todo lo malo que se podía pensar. Antonia se le quedó viendo fijamente. Debía saber más.
- Buenos días, doctora - uso su sonrisa más coqueta - ¿Es nuevo aquí? No la había visto.
- Si, hoy es mi primer día trabajando en esta clínica - respondió calmadamente sin mirarla.
No le molestó, le agrado lo discreta que era y que priorizará a la moribunda de su madre a pesar que ya todos sabían que se iba a morir. Le dió tiempo para examinarla si censura con la vista. Definitivamente era ella.
- Tiene bonito acento ¿De dónde es?
- Oh, gracias, soy de Venezuela.
Antonia quedó atónita, ese país quedaba en el nuevo continente. Se obligó a calmarse. Una cosa era fantasear con que las personas que soñaba eran reales y una muy diferente era ver coincidencias en la vida real. Se sentio paranoica. Loca.
- ¿Se siente bien? - la voz suave de la doctora la calmo de golpe. Se percató que la miraba directo a los ojos. Esos ojos marrones los sintió tan familiares que dolía, y que podían ver en su alma podrida llena de muerte. Estaba asustada; y aún así se negaba a apartar la mirada de esos ojos. - es mejor que se siente mi señora - no fue una orden, pero su cuerpo solo obedeció sin protestar. Se sentó en el gran sofá de cuero negro para las visitas.
- Estoy bien...
La doctora la miro con compasión y rodeo la cama de la moribunda para sentarse con Antonia. La italiana extasiada de que la extranjera dejara de lado a su madre y fuera atenderla a ella con esa amabilidad genuina. Lo que pasó luego la dejo sin habla. La extranjera puso la mano en su cabeza y susurro: todo ya está bien, ¿Ok?
Antonia sintió algo que se rompió al fin dentro de ella y empezo a llorar sin solloso. La doctora sonrió dulcemente. Una avalancha de emociones, recuerdos y pensamiento la golpeó de lleno. Pero todo se calmo cuando sintió una mano en su hombro. No era la doctora, era Aarón. Este le sonrió con cariño y la movió con cuidado.
- Yo me encargo - dijo Aarón con tranquilidad.
Se posicionó entre Antonia y la doctora he hizo que el cuerpo levantará la mirada y sonriera.
- Tiene razón, doctora, ya todo está bien - dijo Aarón con una sonrisa y tomando la mano de Antonia.