-¡Clara! ¡Clara!
No hubo respuesta de la habitación.
-Se que estas ahí, déjame pasar o tumbo la puerta.
Nada aun, ya la paciencia se le acaba, llevaba un muy buen
rato tratando de persuadir a su amiga que saliera, no podía perder más tiempo por culpa de una
cerradura. Tomo la navaja de su bolsillo y se dispuso a forzar la puerta cuando
esta se abrió sin ser penetrada. Suspiro. Ella era así de terca. Una vez
adentro cerró la puerta detrás de él. La habitación estaba tan limpia como
siempre, con ese olor de menta y frutilla, los libros sobre la mesa y la chica
recostada en ella, ignorando al recién llegado mientras escribía.
-¿Dime que tiene que hacer uno para que lo atiendas como
persona?
-Yo no te dije que vinieras. Estoy ocupada.
-Por eso cerraste la puerta con seguro, ayúdame en álgebra y
te dejare en paz.
-Pídeselo a otra.
-Anda, vamos. Solo son unos problemas y ya.
Ella siguió negando hasta el punto de volverlo a
ignorar, Cristian no se iba a dar por
vencido, la mareo con discurso elocuente del compañerismo y la amistad, él
siempre era una estrella al hablar, cosa que no se reflejaba en los números.
Pero por la cabeza de Clara pasaba otras cosas, su libro no era del todo
entretenido, ella quería agregar más romance pero no tenía mucha experiencia en
el tema, en ese momento se rebanaba los secos tratando de describir una escena;
el discurso de su amigo tampoco ayudaba
a concentrarse. Por un momento se le ocurrió una idea.
Giro la silla y le hizo señas a Cristian de que se acercara.
El, triunfante, se acerco a ella extendiéndole la libreta. Lo tomo por la
camisa, arrugando su blancura, para luego tirar en su dirección. El abrió las
piernas para estabilizarse y ella aprovecha la oportunidad para deslizar la
silla por la abertura.
Incomodo al sentir sus muslos sombre los de ella no se
percato de cando las delicadas manos capturaban su rostro y las conducían a los
labios de ella. Un ruido de sorpresa salió de su garganta seca. Soltó la libreta,
el único sonido de la habitación. Bajos las manos poco a poco ¿Cómo era posible
ella besar tan bien? ¿Cómo es que el paso todos estos años desconociendo esa
parte? Fue cuando se dio cuenta, a quien estaba besando era más que su amiga,
era su hermana. Nunca la había visto de otro modo ¿este era el momento para
reformar la idea?
Trato de alejarse, al sentirlo ella lo dejo. Torpemente se
para en sus pies templando de arriba abajo. Ella contemplo su rostro rojo, los
labios húmedos, y la mirada desorientada que confirmaba lo confundido que
estaba. Su pecho subía y bajaba con rapidez al igual que el de ella. Podía
escucharse ella mismas recitando los versos que conformarían la descripción de
la escena.
-¿Aca-so… me estas utilizando-para tu libro? – logro decir
entrecortadamente, ya que su excitación iba en amento mientras ella se
desabrochaba la camisa, dejando ver una piel clara y suave.
Ella lo empuja suavemente esta vez contra el escritorio, aun
recitando con voz seductora la escena. Eso lo volvía loco, no sabía si era
aterrador o incitador su verso en voz alta. La descripción de su propio cuerpo
a media luz de la oscura habitación, los pasos lentos aumentando el suspenso,
la apertura de su camisa –botón por botón- la traviesa exploración de ella por
su abdomen, primero hacia arriba abriendo mas campo de visión, y luego hacia
abajo enganchando su ágiles dedos en su cinturón.
- …el deleite de ver al hombre que por meses la hacía
excitarse en sueño como Dios lo trajo al mundo…
-Silencio.- jadeo con la poca cordura que le quedaba.
La rodeo con sus brazos y la beso de tal modo que ni un
suspiro se podría escapar de sus labios. Sintió que eso no era suficiente, la
tomo por debajo y la elevo para que quedar a su altura. Sin pensarlo enrosco
sus piernas desnudas a la cintura de él, sintiendo luego la pared en su espalda.
Sus cuerpos poco a poco se fundían en uno, pero no era suficiente para Clara,
su mente aun trabajaba en su libro, Cristian se dio cuenta al escucharla recitar
en susurro cuando le besaba el cuello.
-¿No quieres dejar eso?- la tumbo sobre la cama, y al poner
cada brazo en un la do de ella susurro en su oído- haré que pases de pensar en
actuar, hasta lo más recóndito de tu mente vamos a quemar.
Rio suavemente, y haciéndolo girar sobre su espalda ella se sentó
sobre el prisionero. Su larga cabellera le hacía cosquillas en el pecho, no
lucho esta vez por el control cuando vio la esbelta figura que se alzaba sobre él.
-Recuerda quien es el que aun es prisionero de sus
pensamientos- y mostrándole la bandera de lana de su sostén, ahora en su mano- mí
amigo…