El rugido de la Aprilia RS 660 color negro corto el
aire del estacionamiento al entrar. Los 5 vigilantes sin uniforme miraron con admiración la carrocería, esperando pacientemente ver quién era su conductor. El ruido del tacón contra el asfalto fue opacado por el motor al apagarse. La conducto bajo con gracia luciendo sus curvas que brillaban con el sol por el cuero negro. Se dirigió con paso firme a la puerta del galpón donde tres de los hombres le impedían el paso. Ella metió la mano sobre el bolsillo antes que ellos pudieran sacar sus armas y empujó contra el pecho del guardia más cercano un fardo de euros tan grueso como una lata de cerveza. Pasando de largo entre los restantes.
El primero se encogió de hombros dando a entender que no la siguieran. La motociclista abrió de un tirón la puerta del galpón y entro. Las luces rojas la recibieron en el largo pasillo donde al final habían dos hombres más, sus armas se veían en la distancia pero Bárbara solo continuo contoneando sus caderas mientras caminaba rápido hacia ellos. El de la derecha hizo señal de que se detuviera pero ella ya le había acertado un golpe con el dorso de la mano en el cuello. El segundo se abalanzó hacia ella solo para encontrarse con un forte golpe en la boca del estómago producto del fino codo de ella. Sin miramiento le rompió la nariz antes de abrir la puerta y entrar.
La habitación estaba llena de hombres con tatuajes fumando. Había unos paquetes de cocaína sobre una mesa muy lejos de la puerta. Se dirigió a pasos firmes hacia el que parecía el jefe mientras todos sacaban sus armas y le apuntaban a la cabeza. Ignorando la eminente amenaza Bárbara saco de su chaqueta de cuero negro otro fardo de billetes más grueso que el que le había dado a los vigilantes. Y lo lanzo con descaro a la mesa donde se sentaba el jefe. Este miro con indiferencia los billetes mientras de su nariz salía un espiral de humo. Saco con tranquilidad el arma que estaba escondida debajo de la mesa y con el cañón pico el fardo.
Alzo la ceja para luego mirar de arriba a bajo a la mujer.
- ¿Que pagas? - dijo el jefe con voz perezosa.
Barbara se giro hacia la mesa donde estaban los paquetes de cocaína. Sobre ella una mujer con escote pronunciado, cabello decolorado y maquillaje exagerado calaba un cigarrillo barato. Barbara quedó frente a ella sin quitarse el casco.
- ¿ Marisa? - pregunto Barbara.
La mujer la miró de arriba abajo exhalando humo de sus fosas nasales.
- ¿Quien pregunta? - contesto con desdén.
Barbara saco el arma que tenía bien escondida apuntandola en la frente disparo a quemaropa. La habitación se llenó del sonido metálico de los gatillos de las diferentes armas. Pero solo el cañón del jefe apuntaba al techo. La cabeza de la mujer golpeó primero la mesa de cocaína antes de caer al suelo muerta con los ojos desorbitados.
Barbara saco vacío el cartucho de su arma mientras sacaba un paño de tela y limpiaba el mango. Aunque llevaba los guantes de motocicleta. Se dirigió hacia el jefe y dejo el arma limpia sobre el fardo de dinero.
- Un regalo.- soltó Barbara con frialdad.
El jefe la miro con un brillo peligroso en los ojos.
- ¿Pagas tanto por una puta?
- ¿Cuál puta? Yo solo vine a saludar.
El tono irónico de Barbara hizo sonreír al jefe. Se dió media vuelta y camino con la frente en alto hasta la salida. Nadie se movió, nadie la siguió. Paso por encima de los dos guardias inconscientes. Y al salir al estacionamiento uno de los guardias le hablo:
- Bonita moto
- Gracias.
El timbre de seguridad sonó antes que Barbara llegara a su Aprilia. Sus muslos vibraron al sentir como el motor rugía. Con un rápido giro aceleró para salir de ese antro.
