martes, 7 de marzo de 2017

¿Con quién hablo?


Ya estaba atardeciendo cuando íbamos saliendo del trabajos, cansados y con ganas de dormir hasta la mañana siguiente. Pero a pesar de eso mi amigo me convenció de ir un rato al bar que quedaba cerca de las oficinas. Después de unos tragos, unas risas tontas, y un par de discusiones inútiles sobre si un oso le ganaría a un toro el ánimo de mi amigo se fue. Cuando le pregunté qué le pasaba el suspiro, y entre largos silencios me contó cómo encontró a su esposa con otro hombre en su propia cama. Ya se hacía tarde y realmente no quería que siguiera bebiendo de ese modo. Le obligue a apostar que si yo le ganaba en una sola partida de cartas nos iríamos. Gane, así que nos fuimos del bar y lo acompañe hasta el parque cerca de su casa. Al principio la caminata fue más lamentable de lo que pensé ya que estaba empezando a llover. Pero no cayó más que unas cuantas gotas sobre mi paraguas. 

Cuando me despedí de él mire a mi amigo alejarse cabizbajo. Sentía pena por él al saber que su esposa lo engaño con otro. Y pensar que lo venia notando desde hace meses; solo hoy tuvo el valor de confesármelo. Suspiré.

-A las abejas le gustan más la miel que el vinagre.

Escuche una dulce y fresca voz. Mire a los lados para saber quién era, pero no vi a nadie. La voz fue tan clara y cercana que juraria que había alguien mas. Estaba solo...? 


-Si tienes con quien hablar no estás realmente solo.

La escuche. Voltee. Y fue cuando la vi por primera vez. Sentada encima del respaldo de la banca del parque. Justo detrás de mí. Usaba botas marrones de tacón grueso, en las cuales, al final de sus cordones se encontraban cascabeles de plata que brillaban con la tenue luz y sonaban dulcemente con la brisa ligera. Los pantalones negros se moldeaban a sus delgadas piernas largas. El botón de una carita feliz se veía en su pantorrilla derecha y de esta colgaba dos monedas chinas. Cuando lograbas subir la mirada de estas cosas te topabas con que su camisa blanca de botones, aunque estaba cuidadosamente planchada, le llegaba hasta la mitad del muslo y los puños no estaban abotonados. Una banda azul y negra de 5 cm apretaba su brazo izquierdo. Una corbata de seda vino tinto estaba ajustada en su cuello a pesar de que la camisa estaba abierta por los tres primeros botones. Una peonia blanca adornaba el único bolsillo. La brisa hacia bailar sus alborotados cabellos oscuros, semi recogido en una cola alta de terciopelo blanca. unos mechones de cabello eran más largos que otros. Algunos tenían una pequeñas flores, otro un caballito de madera; y si te fijabas bien una maniquita se paseaba por ellos con mas libertad que una libélula azul y la pequeña mariposa amarilla.

 -Me has asustado-respondí casi sin aliento.- que estabas hablando de abejas y de estar solo? 

Ella sonrió. 

-Es natural que las abejas que son trabajadoras prefieran que su paga sea miel en vez que vinagre. 

-Tienes razón.- respondí por cortesía ya que su sonrisa me empezaba a perturbar, era muy brillante, casi segadora. 

-Por eso tu amigo se va a quedar solo.- continuó como si yo nunca fuera hablado -su esposa es como la abeja reina, quieren que trabaje para obtener miel. Pero él que no sabe ni quién es, solo trae vinagre. 

Toda ella era como un dibujo sub realista hecho sobre una foto, mientras hablaba no podía dejar de ver lo más impactante de ella. Sus ojos. Tenía uno del color del oro pulido mientras que el otro era de una azul cielo. 

-Por eso es que no me gustaria casarme con un insecto.

-No puedes juzgar a los demás sin antes conocerlos.- replique molesto al escuchar que llamaban insecto a mi colega, no se lo merecía.

-Juzgar? No señor.- agito la pequeña mano frente a su cara.- si juzgará a alguien me quitaría tiempo valioso de ser feliz. No sé cuánto tiempo tengo para gastarlo en los demás.

Ya me estaba confundiendo lo suficiente como para querer acabar con esa conversación.

-Eres rara.

Al escucharlo sus ojos heterocromicos brillaron intensamente. 

-Oww. Como sabe usted mi nombre? Es adivino? 

Un escalofrío recorrió mi cuerpo; su cara dulce adquirió una inocencia sobre humana cada vez mayor.

-Hey! Me lleve por accidente tu paraguas... Hombre que pasa? Estás pálido.

Era mi amigo. Cuando lo vi tarde unos segundos en comprender a que se refería. Luego voltee a ver a la niña.

Y ahí estaba sentado aún.

Sonriendo con ternura.

-Si.- su sonrisa se amplió.- él no me ve. Pero tú sí.

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