Los ojos del sujeto estaban fijos en mi, sin miedo, solo determinación impregnada en ellos. No era su primer robo a mano armada pero si el mio; y no iba a dejar que se llevara mi mochila. Sangre me hervía, la ira quemaba mi garganta cuando las palabras salieron.
-No te lo voy a dar.
No recuerdo haber hablado antes con tanta firmeza.
-¡A caso quieres morir maldito!
Gruño y me apunto a la cara. En ese momento las vi salir desde atrás de mi y me pregunte como eso era posible si mi espalda estaba completamente pegada a la pared. Blancas, plumosas y suaves se extendieron al rededor de mis hombros, entrecruzándose al frente. Solo yo las veías. El cañón aun me apuntaba a centímetros del rostro. Era como si un domo se interpusiera entre el metal y yo,protegiéndome, porque así me sentí. Protegido.
-Que no te lo voy a dar.
Un click metálico se escucho en el casi deshabitado callejón. Una suave brisa me envolvió y un dulce pero clara oración inundo mis oídos.
Dale la mochila.
Mi sangre burbujeo por cada centímetro de mi cuerpo y pensé.
Si tuviera una navaja le cortaría limpiamente la garganta lo suficientemente profundo hasta rozar la columna. Pero no lo tengo; ni nada que se le parezca. Ademas no quiero matarlo (la verdad es que si) pero no lo haré. Así que lo desarmare y le daré un golpe en la boca del estomago para luego ahorcarlo y que pierda el conocimiento por falta de oxigeno... ¿me daría tiempo de escapar o solo de pedir ayuda?...
No vale la pena perder tu vida por algo material.
Dijo otra vez la dulce y clara voz en mi hombro. Al instante imágenes muy lucidas aparecieron ante mis ojos: Una bala salio como rayo de luz del arma e impacto en mi ojo derecho, el arma se movió ligeramente por la sinergia y dos balas mas salieron hundiéndose en la carne de mi pecho y la otra en el hombro derecho, la vista se me nublo y el dolor fue tan fugaz como su salida del arma. No es que tampoco tuviera tiempo para sentirlo. Los tres disparos hicieron que mi cuerpo revotara con cada impacto contra la pared; mis brazos se sacudieron flácidos a los lados, mis piernas temblaron.; sentí como el estomago se revolvía y la boca me sabia a bilis. La cabeza dio una vuelta antes de caer en la inconsciencia....
Y de regreso a la aparente realidad, el hombre gordo de un metro setenta y cinco aun con el arma silenciosa y fria. Su mirada cambiaba de terminación a impaciencia. Aunque aun me apuntaba sin vacilar. Una calma total fue extendiéndose desde mi cabeza, bajando suavemente por mis hombros, cubriéndome gentilmente mis brazos y mi tronco, y arropándome las piernas; la ira y la cólera se antes se fueron; note que esa clama se limitaba solo a dentro del domo que me rodeaba, afuera todo era cruel, frió y malo. Dentro del domo respiraba aires de misericordia, calidez y bondad.
Pero mis pensamiento seguía siendo míos. Sin influencia de ningún tipo. Aun pensaba que era injusto que él me fuera acorralado en este callejón, solo para robar lo que tanto esfuerzo tengo y matarme si me resistía (que era exactamente lo que estaba haciendo) La decisión era mía y solo mía. Que cortale el cuello era justo lo que merecía y en su defecto privarlo de oxigeno hasta la inconsciencia. Que no estaba en posición para realizar ese movimiento tan osado, no tenia (posiblemente) la fuerza necesaria para hacerlo, pero sabia que si me abandonaba al instinto (¿y por qué no? al cólera) lo podría lograr. Que debería luchar luchar contra la injusticia.
No tentaras a Dios.
No era la misma voz, ni la misma brisa. Era palabras sin sonidos en mi cabeza.
Difumine con la mirada al gorila deseando no haber tomado la decisión que tome. Un pequeño musculo salto en su ojo izquierdo. Y solté la mochila. Tan rápido como un parpadeo el hombre desapareció en la vuelta de la esquina del callejón. Pude oler el sudor y la adrenalina de él; y vi claramente como al disminuir la velocidad para cruzar un temblor apareció en sus rodillas y en sus nudillos.
El domo poco a poco empezó a desaparecer y con el la calma. La ira encendió mis mejillas y el cólera agito mi sangre de nuevo.
-Que lo atropelle un carro.
Recite mientras enderezaba la espalda, recostaba la cabeza a la pared y respiraba profundo. La primera voz me había dicho hace rato que no me fuera por ese camino porque me IBAN a robar. La ignore la primera vez y mira que paso. Salí del callejón con impotencia pero vivo.
-No te lo voy a dar.
No recuerdo haber hablado antes con tanta firmeza.
-¡A caso quieres morir maldito!
Gruño y me apunto a la cara. En ese momento las vi salir desde atrás de mi y me pregunte como eso era posible si mi espalda estaba completamente pegada a la pared. Blancas, plumosas y suaves se extendieron al rededor de mis hombros, entrecruzándose al frente. Solo yo las veías. El cañón aun me apuntaba a centímetros del rostro. Era como si un domo se interpusiera entre el metal y yo,protegiéndome, porque así me sentí. Protegido.
-Que no te lo voy a dar.
Un click metálico se escucho en el casi deshabitado callejón. Una suave brisa me envolvió y un dulce pero clara oración inundo mis oídos.
Dale la mochila.
Mi sangre burbujeo por cada centímetro de mi cuerpo y pensé.
Si tuviera una navaja le cortaría limpiamente la garganta lo suficientemente profundo hasta rozar la columna. Pero no lo tengo; ni nada que se le parezca. Ademas no quiero matarlo (la verdad es que si) pero no lo haré. Así que lo desarmare y le daré un golpe en la boca del estomago para luego ahorcarlo y que pierda el conocimiento por falta de oxigeno... ¿me daría tiempo de escapar o solo de pedir ayuda?...
No vale la pena perder tu vida por algo material.
Dijo otra vez la dulce y clara voz en mi hombro. Al instante imágenes muy lucidas aparecieron ante mis ojos: Una bala salio como rayo de luz del arma e impacto en mi ojo derecho, el arma se movió ligeramente por la sinergia y dos balas mas salieron hundiéndose en la carne de mi pecho y la otra en el hombro derecho, la vista se me nublo y el dolor fue tan fugaz como su salida del arma. No es que tampoco tuviera tiempo para sentirlo. Los tres disparos hicieron que mi cuerpo revotara con cada impacto contra la pared; mis brazos se sacudieron flácidos a los lados, mis piernas temblaron.; sentí como el estomago se revolvía y la boca me sabia a bilis. La cabeza dio una vuelta antes de caer en la inconsciencia....Y de regreso a la aparente realidad, el hombre gordo de un metro setenta y cinco aun con el arma silenciosa y fria. Su mirada cambiaba de terminación a impaciencia. Aunque aun me apuntaba sin vacilar. Una calma total fue extendiéndose desde mi cabeza, bajando suavemente por mis hombros, cubriéndome gentilmente mis brazos y mi tronco, y arropándome las piernas; la ira y la cólera se antes se fueron; note que esa clama se limitaba solo a dentro del domo que me rodeaba, afuera todo era cruel, frió y malo. Dentro del domo respiraba aires de misericordia, calidez y bondad.
Pero mis pensamiento seguía siendo míos. Sin influencia de ningún tipo. Aun pensaba que era injusto que él me fuera acorralado en este callejón, solo para robar lo que tanto esfuerzo tengo y matarme si me resistía (que era exactamente lo que estaba haciendo) La decisión era mía y solo mía. Que cortale el cuello era justo lo que merecía y en su defecto privarlo de oxigeno hasta la inconsciencia. Que no estaba en posición para realizar ese movimiento tan osado, no tenia (posiblemente) la fuerza necesaria para hacerlo, pero sabia que si me abandonaba al instinto (¿y por qué no? al cólera) lo podría lograr. Que debería luchar luchar contra la injusticia.
No tentaras a Dios.
No era la misma voz, ni la misma brisa. Era palabras sin sonidos en mi cabeza.
Difumine con la mirada al gorila deseando no haber tomado la decisión que tome. Un pequeño musculo salto en su ojo izquierdo. Y solté la mochila. Tan rápido como un parpadeo el hombre desapareció en la vuelta de la esquina del callejón. Pude oler el sudor y la adrenalina de él; y vi claramente como al disminuir la velocidad para cruzar un temblor apareció en sus rodillas y en sus nudillos.
El domo poco a poco empezó a desaparecer y con el la calma. La ira encendió mis mejillas y el cólera agito mi sangre de nuevo.
-Que lo atropelle un carro.
Recite mientras enderezaba la espalda, recostaba la cabeza a la pared y respiraba profundo. La primera voz me había dicho hace rato que no me fuera por ese camino porque me IBAN a robar. La ignore la primera vez y mira que paso. Salí del callejón con impotencia pero vivo.